martes, 30 de septiembre de 2014

Jim Botón y Lucas el maquinista, Michael Ende: Fantasear es un juego de niños

Texto: Joaquín Torán en Fabulantes
Imagen: Irene Bordoy




Jim Botón y Lucas el maquinista (Noguer y Caralt, 2009) es la primera mitad de un libro largo que, por razones editoriales, se vio partido en dos: su continuación (más bien la segunda parte de su alma), Jim Botón y los Trece Salvajes, fue publicada en 1962, y en ella se resuelven los flecos que quedan pendientes sobre los orígenes del intrépido aprendiz de maquinista negro. Para entonces, el libro que hoy nos ocupa ya había sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura Alemana, y se había convertido en un auténtico clásico. Tanto es así que la adaptación al medio televisivo se hizo bajo la (única) forma (posible) de teatro de títeres, una idea verdaderamente feliz que captó la esencia de este conmovedor cuento y además emocionó profundamente a su autor, Michael Ende (1929- 1995).

Michael Andreas Helmut Ende nació en Garmish-Patenkirchen (en la región alemana de Baviera) en la tarde del 12 de noviembre de 1929, hijo del pintor surrealista Edgar Ende y de la vendedora de joyas Luisa Barthölomä. El niño Ende recibiría una densa formación artística y humanística y conocería, gracias a sus padres, a varios intelectuales que serían fundamentales en su posterior trayectoria como fabulador de historias extraordinarias. Fue un mal estudiante y militante antinazi en el momento más álgido de la Segunda Guerra Mundial, y sintió una auténtica pasión por el teatro, que le llevó incluso a fundar su propio grupo, “El teatro del desván” (llamado así porque se originó en los bajos de la American House de Stuttgart). Su experiencia en este mundillo duró casi diez años en los que hizo de todo, delante y detrás de las tablas. La llama de la literatura, que llevaba tiempo avivándose dentro de él, terminó de encenderse cuando, por invitación de un amigo, escribió algunas páginas de la que sería su primera obra, Jim Botón y Lucas el maquinista (1960).


Ende no cesó de repetir, una vez consagrado, que jamás escribía con fines pedagógicos o didácticos, sino que simplemente creaba aquellos libros que a él le hubiese gustado leer de niño. En Carpeta de apuntes (Alfaguara, 1996), una recopilación de sus conferencias y reflexiones, fue incluso más lejos y añadió (citando a Nietzsche): “[…] En cada persona hay un niño que quiere jugar. Lo confieso, pues, sin avergonzarme: el impulso verdadero, real, que me mueve mientras escribo es el placer del juego, libre y espontáneo de la imaginación”. En Jim Botón y Lucas el maquinista, y luego en obras posteriores, nos advierte: “Es un libro sólo para niños. Toda persona mayor que lo lea deberá hacerlo acompañada de un niño”. Sólo un niño puede encontrar una lógica aplastante en las cosas que acontecen en esta novela.

Michael Ende establece entre sus lectores una suerte de complicidad que atiende a una única regla: la de que lector y escritor jueguen a crear por consenso el universo que se va leyendo. El autor espera que haya un niño que comprenda al instante por qué tiene que haber un maquinista en la pequeñísima isla de Lummerland, de tan sólo cuatro habitantes: “¿Para qué necesitaba locomotora un país tan pequeño? Pues porque un maquinista necesita tener una locomotora; si no la tuviese, ¿qué conduciría? ¿Una bicicleta quizás? Entonces sería un conductor de bicicletas, y un maquinista como es debido, quiere conducir locomotoras y nada más. Por otra parte, en Lummerland no había ninguna bicicleta” (página 6). Ende invita también al adulto solitario, el que una vez fuera niño, a sonreír magníficamente y a leer siempre en voz alta, para formar parte del conjuro de la narración.

Jim Botón y Lucas el maquinista nos cuenta verdades que siempre hemos sabido, o que supimos, y que olvidamos. Se nos recuerda que la amistad, pura, sincera, honesta,  es el motor que mueve el mundo. Los personajes de esta historia, que bien podría ser la de un aprendizaje, no tienen por qué discutir sus acciones, simplemente toman decisiones pensando en el bien común, y no necesitan disculparse ni justificarse. Jim y Lucas son amigos (“Lucas seguía siendo el mejor amigo de Jim. Se comprendían con pocas palabras, sólo porque también Lucas era negro” [por el tizne del carbón], página 17) y por lo tanto se siguen hasta el último confín conocido. O, en este caso, hasta el reino de China, con “sus tejados adornados con campanas de plata y sus puentes de porcelana”. Las cosas son así de sencillas porque son así de obvias.

Emma se transforma en barco y no hay nada de extraño en ello: ¿quién no imaginó, siendo crío, una locomotora que pudiese navegar? “Los colibríes son los pájaros más pequeños del mundo” y se acepta como verdad fundada que por tanto, “están hechos de oro y piedras preciosas”. Los niños todo lo entienden, y por eso saben que el eco del Valle del Crepúsculo va y vuelve multiplicado, y que sus efectos son devastadores. Conocen de la existencia de dragones que son medio hipopótamos, de discutibles modales en la mesa. Y han oído hablar de gigantes aparentes, que sólo lo son en la distancia. El niño que llevamos dentro observa esa galería de maravillas y llora, palmea y ríe, pues sabe que esos son los lugares donde estuvo una vez y donde estará para siempre.

La historia interminable está ya presente en un estado embrionario. Sus ideas, su filosofía, sus temores (la Nada), su galería de personajes, han pasado antes por la estación de Lummerland. La imaginación ha tendido raíles hasta la Tierra de los Dragones, donde la señora Maldiente martiriza a niños de distintas nacionalidades (esquimales; pieles rojas; chinos…), que hablan la universal lengua de la concordia y la fraternidad. Jim acude a salvarles, y con él, cómo no, Emma y Lucas, con el arrojo y la intrepidez de quien vive permanentemente en un colorista mundo de ensueño, que no es salida de emergencia sino espejo deformante de su simétrica realidad: ¿acaso no hubo una vez en Alemania (Kummerland) una horrible señora Maldiente que quiso imponer un único pensamiento y una única cosmovisión?

Tur-Tur, gigante aparente, dirá: “[…] Existen hombres que presentan ciertas particulares características. Por ejemplo, el señor Botón tiene la piel negra. Es así por naturaleza y en ello no hay nada raro, ¿no es cierto? Pero, por desgracia, la mayoría de las personas no piensan así. Si usted, por ejemplo, es blanco, está convencido de que sólo su color es el bueno, y siente algo contra los que son negros. A menudo los hombres somos muy poco razonables” (125). Lucas se descorazonará al tener que abandonar Lummerland, con (y por) Emma, y gemirá (página 22) con una integridad más verosímil y descarnada que la que puede leerse en uno de los supuestos presuntos (rocosos) clásicos que automáticamente cambian la vida de quien los lee. Jim Botón y Lucas el maquinista no va de intentar ser trascendente, ni de delirios de grandeza: trata de la simple sencillez de las cosas. Sin eufemismos, mentiras, ni añagazas: dice lo que dice como se nos enseñó a decirlo, y no como aprendimos por nuestro “contrato” social.

Por eso, al final, “[…] mientras hacían planes para el futuro, seguían contemplando el mar y las olas, grandes y pequeñas que, murmurando, se acercaban a la orilla”. Y el lector, a su lado, cálido, arropado, deja vagar la mirada enternecido y llora por sus recuerdos.


jueves, 25 de septiembre de 2014

Ende y su endless story

Texto: Ulises Lugo en Revista Kya!
Imagen: Volker



A riesgo de encasillar mis artículos en el tópico de la mitología, me atrevo a tocar la más afamada obra de Michael Ende; La historia sin fin, desde esta misma arista, pues una novela como ésta forma parte de un legado que permite a la humanidad seguir manteniendo encendido el fuego de la pedagogía mediante el símbolo, de la enseñanza a través del cuento, del relato, la parábola.

Dentro de La historia sin fin, hallamos un enriquecido lenguaje simbólico, en ocasiones más oculto que en otras, pero que siempre remite de súbito a la sabiduría popular de antaño. Si se me permite, colocaría sin dudar a esta obra al lado del Peter Pan de J. M.Barrie, del Señor de los anillos de J.R.R. Tolkien, del Pinocho de Carlo Collodi y de Las crónicas de Narnia de C.S. Lewis, como las opus magna de la mitología occidental moderna; catalizadoras y propulsoras de la herencia simbólica que nos acompaña desde que abrimos los ojos como especie consciente de sí misma.

Así pues, aprovecho caprichosamente la oportunidad que Kya! me extiende, para desglosar brevemente los vestigios simbólicos más importantes que Ende expone mediante los contenidos de La historia sin fin, y su clara conexión con nuestras propias, sublimes, mundanas y soñadoras existencias.


Vale comenzar con el personaje principal, Bastián Baltasar Bux, quien cumple con el rol del héroe viajero, cuya hazaña empieza con la lectura de un misterioso libro en un añoso desván. Aquí, el portal que conduce a la aventura, al mundo de Fantasía, es Áuryn; el amuleto de las serpientes entrelazadas que le es dado a Bastián. Como otrora hiciera el armario en Las Crónicas de Narnia, Áuryn o “La alhaja” es el camino que vincula al mundo humano del héroe con el mundo donde realizará su viaje. El portal, funge como simbolismo de puente conector entre la realidad consciente y el inconsciente, entre aquello que tenemos en cuenta mientras nos movemos diariamente y aquello otro que yace dormido u oculto en la profundidad interior. Diversos mitos recurren a este símbolo, donde el héroe habrá de sumergirse o cruzar, a fin de ser transportado hacia una realidad interior de reflexión, madurez y crecimiento; eso que es el viaje en sí mismo.

Por citar ejemplos del símbolo del portal, hallamos el pozo donde el José del Antiguo Testamento es arrojado por sus hermanos, el viaje náutico de Hércules en la copa del sol, la cueva donde Jesucristo permanece tres días sepultado o las ballenas que devoran a Jonás y a Pinocho respectivamente. En la misma línea, nótese que todos los citados anteriormente, igual se hallan inmersos en un viaje/aventura, donde el punto clave radica en el antes y el después, pues todos finalizan la hazaña habiendo claramente evolucionado: José termina siendo el brazo derecho del faraón, Jesucristo resucita, Heracles vuelve victorioso del inframundo (sinónimo de la resurrección), Jonás se convierte en predicador; Pinocho, en un niño de verdad.

Otro rasgo en relación con Bastián y que de igual modo nos remite al arquetipo, es la presencia de la transmutación, es decir de la evolución desde el héroe inicial hasta el héroe ya maduro y pleno. Tal cuestión es ejemplificada aquí en su alter ego: Atreyu, cazador tribal que cumple con los rasgos más clásicos del héroe y en los que se personifica el factor compensatorio a las expectativas del propio Bastián: llegar a ser una figura aguerrida, bravía y con un sentido de pertenencia arraigado, pues según se explica, Atreyu significa en la lengua oriunda de Fantasía “Hijo de todos”, contrario a Bastián, cuyo personaje es esencialmente solitario e introvertido. Paulatinamente en la novela, el personaje y su alter habrán de unificarse para ser una sola esencia, una integración completa de todas las facultades heroicas. Cuando el héroe del mito vive esta evolución, remembra el propio proceso de crecimiento interno que cada humano debe vivir por sí mismo: nadie nace siendo héroe, sino que paso a paso, el proceso de las experiencias vividas y la forma de afrontarlas, va configurando esa consolidación heroica en cada uno de nosotros. Como referente volvemos a Pinocho; de títere a humano, a Jesús, quien tras morir, alcanza la resurrección y con ello la plenipotencia de su máxima virtud como Hijo de Dios: el ser eterno, a Aragorn quien finalmente se corona como rey. Otra manera de personificar la transmutación, es la del héroe enmascarado, quien bajo la envestidura de su alter ego, es capaz de alcanzar una etapa plus ultra y desenvolver así, todas sus campeonas cualidades; de Bruce Wayne a Batman, de Peter Parker a Spiderman.

Siguiendo con el compendio mitológico en la novela, encontramos a Falcor, que haciendo uso de una imagen bestial, representa al espíritu guía que acompaña al héroe. La idea del animal mítico que juega los roles de protector y mentor, es un elemento clásico que hallamos en las culturas de mayor contacto con el medio silvestre, como las nativo americanas, africanas, algunas asiáticas y polinesias. Falcor es descrito más específicamente como un dragón de la suerte, una criatura del viento y del clima generoso, que recuerda de facto a los dragones orientales, quienes a diferencia del dragón europeo, son criaturas benignas, sabias e inclusive curativas.

En el punto diametralmente opuesto al noble dragón, esta Gmork; el lobo al servicio de La Nada, de la oscuridad que combate ávidamente a la fantasía y la creatividad. Es la bestia al servicio de las fuerzas destructoras. Ejemplos de estas criaturas, y en especial bajo forma lobuna, pueden hallarse cuantiosas en relatos de todas partes; sin embargo, poseen mayor arraigo en Europa, donde el lobo jugaba un factor clave como competencia y peligro a la prosperidad de las comunidades humanas. Por ello, allí germinan con facilidad las anécdotas de los licántropos y damos también con el Lobo Fenrir; monstruo mitológico, hijo de Loki y amenaza para los mismísimos dioses de Asgard.

Si continuásemos, habríamos de recordar mil elementos más, pero de nuevo, me quedo corto y esperando que otro día, en otro artículo, halle posibilidad de seguir extendiendo la suprema temática de la mitología a través de nuestra cultura popular. Por ahora cierro con el precepto fundamental de Ende en La historia sin fin, que es en sí mismo, una invitación para seguir leyendo, buscando y escudriñando entre los viejos mitos y relatos del mundo: Dejad que la fantasía viva. La simplicidad y digitalización del mundo actual, nos pone en jaque ante un posible aletargamiento permanente de la iniciativa creativa, una alineación de gustos e intereses que mate de tajo la bella diversidad que da color a nuestra realidad, donde La Nada impere y Fantasía se extinga. Por ello, vale la pena seguir soñando, imaginando, proponiendo, sin temor al ridículo, a “perder el tiempo con tonterías”. La fantasía, la imaginación y la creatividad, son las únicas fuerzas originales que pueden salvar al hombre del hombre mismo, son el motor de búsqueda hacia nuevos e infinitos horizontes, las herramientas fundamentales para conocernos y comprendernos como especie, y desde ahí, reconstituirnos cada que sea necesario, para, como nuestros héroes, transmutar hacia la luminosidad, la unificación y la perfección.



Frases de Michael Ende

Texto: Michael Ende
Imagen: Edgar Ende



BÚSQUEDA

• Solo me será permitido dar por terminado mi viaje cuando haya resuelto el primer problema… entretanto me he alejado infinitamente del punto de partida y ni siquiera recuerdo de que se trataba.
Notas de Max Muto, viajero por el mundo del sueño en La prisión de la libertad.


• Siempre se alzan nuevos horizontes detrás del horizonte. Dejamos a las espaldas un mundo soñado para hallarnos en otro diferente y mientras cruzamos sus puertas ya se inicia otro nuevo, y así sucesivamente hasta las costas de las tinieblas. El camino se abre ante mí. Yo Max Muto no envidio al que haya alcanzado su meta. Me gusta viajar.
                                 Notas de Max Muto, viajero por el mundo del sueño en La prisión de la libertad.


• La longitud del camino se halla en proporción indirecta a la posibilidad de desear alcanzar la meta. Según su opinión esta formula contenía toda la ironía de la búsqueda humana. El verdadero sentido de toda esperanza era que esta siempre permaneciera sin cumplir, ya que la satisfacción a fin de cuentas, desemboca en una decepción. Si, el mismo Dios hacia bien en no cumplir su palabra y que el Mesías volviera efectivamente por las nubes; que el Juicio Final se llevara a acabo y que la Jerusalén Celestial descendiera de verdad de las alturas. El resultado no seria mas que un fracaso de dimensiones cósmicas. Dios había dejado a sus creyentes esperar demasiado y cualquier acontecimiento, incluso el mas espectacular, solo despertaría un generalizado: "Ah, ¿y esto es todo?" Por otra lado, sin duda era muy sabio por parte de Dios (suponiendo que existiera) no revocar ninguna de sus promesas. La esperanza, ella sola, mantenía en marcha al mundo.
La meta de un largo viaje en La prisión de la libertad





HUMANIDAD

• La humanidad es como una cadena infinita que unía al cielo con la tierra. Ningún eslabón de la cadena tenía valor en sí mismo, sino que servía a un conjunto en conexión con los demás... Todos eran igualmente valiosos, fuera cual fuera su posición
La leyenda de Indicavía en La prisión de la libertad


• Quieres dejar de reflexionar inútilmente. Prefieres pensar lo que piensan todos y hacer lo que hacen todos. Quieres pertenecer al grupo. No quieres salir de él.
Las catacumbas de Misraim en La prisión de la libertad


• Y así han creado el mundo, pieza por pieza, y dicen que ha sido Dios. Pero miren que mundo han hecho, lleno de espejismos y contradicciones, de crueldad y violencia, de avaricia y sufrimiento, sin sentido en lo grande y en lo pequeño. Y digan ¿cómo va a haber creado Dios, al que llaman justo y santo, tanta imperfección? El hombre es el creador de todo y no lo sabe. No quiere saberlo porque tiene miedo de si mismo y con mucha razón
La meta de un largo viaje en La prisión de la libertad




LIBERTAD

• La libertad total es la falta total de libertad
La prisión de la libertad en La prisión de la libertad





OLVIDO

• Tu y yo pertenecemos al grupo de los que no olvidan, lo queramos o no
Las catacumbas de Misraim en La prisión de la libertad


• Olvidan que son prisioneros, olvidan que no siempre fueron el pueblo de las sombras, olvidan que mas allá de las catacumbas de Misraim hay otros mundos de los que proceden. Olvidan el pasado y el futuro, olvidan las preguntas y los deseos
Las catacumbas de Misraim en La prisión de la libertad



REALIDAD

• Lo que acabamos de decir, leer o o hacer, se convierte, un instante más tarde en pura irrealidad, Existe sólo en nuestra memoria , y así toda nuestra vida, todo nuestro mundo. Lo que logramos definir como real es únicamente  ese momento infinitesimal de presente, que ya ha pasado en cuanto queremos pensar en él. 
La meta de un largo viaje en La prisión de la libertad


• Esta ciudad se halla conformada por numerosas realidades autónomas, nadie hasta ahora ha sido capaz de enumerarlas todas y menos de ordenarlas. como en un gigantesco vertedero se superponen unas en otras... en cierto sentido puede decirse incluso que el tiempo y el espacio tienen una función diferente en cada una de ellas
El pasillo de Borromeo Colmi en La prisión de la libertad


• Hay seres que sin saber bien por qué, se sienten sin raíces en este mundo, lo que los demás llaman realidad les parece un espejismo, un sueño confuso y a menudo angustioso.
La leyenda de Indicavía en La prisión de la libertad


• Hay instantes que dominan verticales e inmóviles la corriente del tiempo que fluye debajo de ellos. «...» estos instantes son la puerta al Mundo de los Verdaderos Milagros tras la cual se halla lo totalmente diferente
La leyenda de Indicavía en La prisión de la libertad




viernes, 5 de septiembre de 2014

Ende y su laberinto interminable

Texto: Iván Hernández en El siglo de Torreón
Imagen: Leonora Carrington



El arte de imaginar

La literatura tiene categorías que se quedan cortas. Un libro para niños bien puede ser una lección sobre coraje y voluntad aplicable a cualquier edad. La obra de Michael Ende es una oportunidad única para descubrir el significado personal de la palabra «voluntad».

Jugar a perderse entraña el riesgo de no ser encontrado. No debe hacerse sin la supervisión de un especialista en ubicar el mejor sitio para esconderse mientras un amigo cuenta hasta diez, o sin la ayuda de un camarada valeroso, firme al adentrarse en las oscuras profundidades de un ático sin más armamento que una resortera cargada y amartillada.

Los adultos no estamos preparados para enfrentar con la seriedad indispensable el reto que implica el laberinto impreso en la manteleta de un restaurante familiar. Creemos que trazar la línea que separa al duende triste de la olla de oro es una pérdida de tiempo.


El niño en cambio, percibe con claridad las amenazas ciertas, los peligros auténticos que tal empresa entraña. Comprende que un paso en falso puede llevar al duende a un callejón sin portal dimensional, a una trampa, a un abismo lleno de terrores; una vuelta equivocada conduce a las cimas de la desesperación, o a la ciénaga de la locura. El niño sabe que, de su trazo firme y meticuloso, de su guía solidaria, depende la felicidad de aquel pequeño amigo. Michael Ende comprende muy bien esa diferencia de temperamentos y le saca provecho.


UN LIBRO LABERINTO

En los últimos años ha retomado fuerza un estilo de relato llamado novela río, que consiste en narrar las vicisitudes de varias generaciones de una familia o de un grupo de personajes principales en innumerables páginas y títulos, que nos hacen desconfiar de la existencia, o utilidad para el caso, de la palabra «fin».

Antes de ese nuevo derrame de tinta sobre un océano de papel existían cosas llamadas libros que, en apenas un volumen de trescientas o seiscientas páginas, debidamente encuadernado, hacían de la fantasía un lugar asequible y entrañable. Un buen ejemplo de ese tipo de libros es la obra de Ende. Apenas 489 páginas le bastaron para crear un libro laberinto, un grueso compendio de historias sin final.

¿Por qué es un libro laberinto? En primer lugar, porque Ende así lo quiso, y enseguida, porque a los niños, y a un tipo de adulto con capacidad de asombro, les gustan los retos, las encrucijadas, los saltos que la falta de confianza convierte en fracasos. A Michael Ende le gusta poner en aprietos a sus víctimas, no por nada otra de sus obras, El Espejo en el Espejo, retoma y extiende, cuando no desdobla, el prolongado sopor del Minotauro.

En La Historia Interminable, el autor alemán nos transporta a varios de los lugares comunes en la vida de los lectores empedernidos. La acción arranca en una librería misteriosa, tan cajita de Pandora, tan confitería de pensamientos; de ahí se traslada a ese cuarto apartado del mundo que permite al lector ausentarse de una realidad llena de adultos tristes, niños abusivos y una ausencia casi total de imaginación.

Luego, Ende transporta al lector a Fantasía, un reino que, como los pensamientos, despierta con los hombres y duerme, o muere, con ellos. La mirada curiosa viaja a través de llanuras, selvas, ciudades, todas ellas fantásticas, todas dignas de una historia que no se agota en sí misma. Sin apenas notarlo, el lector avanza dirigido por el hilo de Ariadna, línea dorada que el autor de Momo va soltando mientras nos dirige hacia un centro con mil puertas; Ende es un guía seguro de sí mismo y pleno de recursos, a ratos cruel, a ratos bueno, que hace tan difícil o tan fácil como uno quiera el escape del laberinto.


LA HISTORIA A DOS TINTAS

El aspecto visual del libro es importante, la dimensión humana transcurre en una tinta y la fantástica se registra con otro color. El lector tiene reacciones como desmayos, sufrimientos y pérdida excusable del aliento al recorrer los dos universos contenidos en la obra.

Valdría la pena ofrecer una explicación más extensa: La Historia Interminable está escrita a tres o cuatro tintas o elementos vitales: la primera es la del mundo seguro, triste y aburrido, la realidad tangible del abuso y el tedio; la segunda es la del mundo imaginario, mezcla de colores, sabores y deseos no necesariamente humanos; la siguiente es la de Ende, síntesis de las anteriores aunque puesta al servicio de los niños adultos, seres complejos que, sin mayor advertencia, son puestos a resolver acertijos filosóficos, morales, existenciales, que pondrían a dudar a más de un sabio; la última, la que cierra el pacto o completa la fórmula del infinito, es la del lector, una tinta, un elemento que debe reaccionar, si aspira a gozar de la experiencia completa, ante reactivos como el humor, la malicia, la lealtad y el engaño. El registro cromático que Ende hace posible es innumerable.


LA ADAPTACIÓN FÍLMICA

El futuro de los libros es la adaptación al cine o a la televisión, y eso no es algo necesariamente bueno. La Historia Interminable ya recorrió ese camino, la filmación estuvo a cargo de Wolfgang Petersen, y se estrenó en 1984. El largometraje no le llega al libro, se hizo lo que se pudo y el producto fue muy distinto a lo que Ende es y no es; un presupuesto similar al que estilan las superproducciones y un guión respetuoso podrían darle a esta obra un lugar eximio en el séptimo arte.


UN CUENTO PARA NIÑOS

La Historia Interminable es vendida como literatura infantil y a Ende se le encasilla como un autor para un público de «peques». La mejor forma de desmentir una afirmación tan desinformada es leerlo. Ende se especializa en deshacer prejuicios.

A manera de degustación, basta con transcribir algunas ideas que el protagonista, lector y héroe de La Historia Interminable, un niño con la imaginación bien cultivada, encuentra en ese libro cuyo emblema son dos serpientes que muerden sus colas: “Te ha dejado ganar intencionadamente a fin de ganarte para sí a su manera”, “Los comienzos son siempre oscuros”, “Un granito de arena […] es todo lo que ha quedado de mi reino sin fronteras”, “¿Y qué transmiten sus ojos? Todos los enigmas del mundo”. La imposibilidad de transcribir íntegramente la obra de Ende se antoja dolorosa.

Los relatos del autor de Momo son una sucesión de dilemas que frustrarían a cualquier adulto que se diga maduro y reflexivo. “Haz lo que quieras”, la leyenda en el Áuryn (El Esplendor), frase recurrente en la segunda mitad del libro, sorprende en sus dos acepciones, tanto promesa como advertencia; Ende lo explica así: “La Alhaja te da el camino pero, al mismo tiempo, te quita la meta”.
En cambio, en la primera mitad asistimos a un despliegue de aventuras con resultados, que no finales, variados; los hay tristes, heroicos, afortunados, son muy pocas las palabras para retratar al infinito en general, y a la obra de Michael en particular.


ENDE SIN FINAL

Los capítulos memorables de la obra abarcan desde la A hasta la Z; cada uno es un microcosmos que invita a convertir la mente en una «casa del cambio», lugar que se extiende o repliega a placer, al igual que los defectos y las virtudes de las personas. Los recuerdos ocupan un lugar de primer orden en la historia, sólo quien puede aferrarse a una memoria escapa de la perdición; la locura también es una forma de morir y para eludirla hay que cavar muy hondo dentro de uno mismo.

Completar la obra del alemán tiene mucho de misión arriesgada, pero no imposible. No se pierda de vista que hablamos de un laberinto inacabado, la maquinación de un arquitecto deliciosamente malicioso, sin embargo, ésa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

La Historia Interminable exige valor y entendimiento, porque el hilo de Ariadna que Ende pone en las manos del lector, no es otra cosa que la verdadera voluntad y un sinfín de vida auténtica.



jueves, 4 de septiembre de 2014

El ponche de los deseos

Texto: Omar González en Las mil notas y una nota
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Escrita en alemán y traducida al español por Jesús Larriba y Marinella Terzi, El ponche de los deseos (1989), novela para niños, adolescentes y adultos, del germano Michael Ende (1929-1995), es un abrazo de Año Nuevo: los buenos deseos (imposibles de realizar) de un moralista que quisiera un mundo mejor. 

El ponche de los deseos sucede durante unas horas de un solo día: de las 5 de la tarde a las 12 de la noche, es decir, hasta el momento en que las campanas de la Iglesia anuncian el punto de la celebración de San Silvestre y el comienzo del Año Nuevo. Al mago Belcebú Sarcasmo, Consejero Secreto de Magia y distinguido Miembro de la Academia de Negras Artes, precisamente a las 17 horas con 11 minutos, lo visita el burócrata Maledictus Oruga, enviado nada menos que por el mero Belcebú (de quien el mago es tocayo), el mero Ministro de las Tinieblas Supremas. Maledictus Oruga le recuerda a Belcebú Sarcasmo que no ha cumplido con su cuota de maldades pactadas en un contrato, cuyo plazo vence a la medianoche, y que de no cumplir (lo cual es poco probable), será secuestrado y remitido por siempre jamás al horrorosísimo Infierno. Esta es una de las razones por las cuales cada capítulo de la obra está precedido por el dibujo de la carátula de un reloj, cuyas manecillas van indicando el avance inmisericorde del tiempo.
   

El mago Belcebú Sarcasmo egresó del Instituto de Sodoma y Gomorra y de la Universidad de Técnicas Mágicas de Hediondburgo; ahora es Encargado de la Cátedra de Infamia Aplicada, Doctor Horroris Causa y Miembro del Consejo Supremo de Aquelarres. Paralelamente a su infausto destino, ocurre que su tía Tirania Vampir también ha recibido la visita del mismo burócrata Maledictus Oruga, y que ella, como bruja multiplicadineros, tampoco ha cumplido con su contrato, mismo que por igual vence a la medianoche.

Ante los males que diezman la flora y la fauna del globo terráqueo, el Consejo Supremo de los Animales ha distribuido espías por todos los rumbos del planeta. Su cometido es indagar quiénes son los malandrines que los causan. Así, el mago Belcebú Sarcasmo y la bruja Tirania Vampir cohabitan, cada uno en su respectiva mansión, con su correspondiente espía: el cuervo Jacobo Osadías, vagabundo, perspicaz y pesimista, convive con la bruja; y el gato Félix —medio tonto, megalómano y gordinflón, quien se hace llamar Maurizio di Mauro— con el mago.

Belcebú Sarcasmo se halla deprimido ante la certidumbre de que no salvará su maligno pellejo. Así, escribe su testamento. De pronto lo visita su tía Tirania Vampir. Entre la lucha que implica el egoísmo y la ambición sin límite de ambos, la bruja le confiesa que trae la mitad de una receta (la del ponche de los deseos) que con toda probabilidad salvará a quien lo tome y le cumplirá todos los negros y crueles propósitos que pronuncie. Pero hay un pero: el ponche tiene que ser preparado y bebido antes de la primera campanada de la medianoche de San Silvestre; si no es así, su poder de inversión se torna nulo. 

El poder de inversión del ponche consiste en que, por ejemplo, si el santo bebedor recita a gaznate pelado: “Que diez mil árboles enfermos/ vuelvan a brotar”, en realidad está deseando y ordenando lo contrario.

Belcebú Sarcasmo tiene la otra mitad de la receta del ponche de los deseos. Como el tiempo corre vertiginoso y sin que nadie lo detenga, no les queda más que pactar entre sí. El mago hace que las dos mitades de la receta se unan; ésta resulta ser una serpiente de pergamino con más de cinco metros de largo (¡una auténtica mazacuata prieta!). Mientras efectúan el complicado proceso de desciframiento y preparación del ponche de los deseos, la pugna entre ambos permanece latente; es decir, llegado el momento, cada uno pretenderá exterminar al otro y ser el único que lo tome.

Cuando el gato Félix y el cuervo Jacobo Osadías, que no eran amigos, oyen, ocultos en un depósito de residuos especiales, los nefastos planes de la bruja y del mago, se unen y emprenden una azarosa búsqueda del medio que los auxilie para impedir la hecatombe mundial. Así, transformados en representantes del Bien, en previsibles héroes y salvadores del planeta Tierra, trepan, no sin esfuerzos que ponen en peligro sus deterioradas vidas, hasta lo alto de la torre de la Iglesia, con el fin de adelantar la campanada que vuelva nulo el poder de inversión del ponche de los deseos. San Silvestre, quien reside, convertido en piedra, en lo alto de la torre de la Iglesia, cobra vida para ejecutar su tradicional concierto de 12 campanadas. Debido a las explicaciones y peticiones del cuervo y del gato, San Silvestre les regala, congelada en un trozo de hielo, la primera de las 12 campanadas, que deberán mezclar al ponche de los deseos. 

El cuervo Jacobo Osadías y el gato Félix lo hacen, no sin eludir otros inconvenientes, y así anulan el poder de inversión del ponche. De este modo, la bruja y el mago, que se embriagan bebiendo la pócima e improvisando y vociferando versos (por ejemplo: “Ponche de los ponches, cumple mis deseos:/ ¡Se acabó la matanza de focas, fuera el comercio de marfil!/ ¡Salvemos las ballenas, quedan pocas! ¡Abajo el tratante vil!”), pues así deben cifrar los negros y malvados deseos, y por ende, sin saberlo, firman el acta de su condena transmutados en benefactores del planeta Tierra, de todos los animales y de la humanidad entera, pese a que nadie lo sepa.  
       
Se trata, como se ve, de una proverbial y edificante lucha entre el Bien y el Mal, en la que el triunfo del Bien, reza la cuentística y ancestral tradición, beneficia y premia a los héroes, pequeños y de origen humilde, que lucharon por él: el cuervo Jacobo Osadías, de debilucho y desplumado, queda convertido en un pajarraco fuerte y con el plumaje de un galán de cine; mientras que el gato Félix, de gordito, enano, con ridículos colores, sin voz, se transfigura en un bicho musculoso y atractivo, con dotes de cantante de ópera. 

La fantástica novela-fábula El ponche de los deseos expresa una victoria utópica, idealista, un sueño evanescente e inasible, desde luego, acentuada por la nota angelical (el elemento clave del triunfo) que a los animales les regala San Silvestre. Sin embargo, en el transcurso, la obra no elude flechazos críticos y cáusticos, que son parte de la carga moral, quizá concientizadora. De pasadita se dice que los rincones de la Iglesia no sirven de escondite, porque es posible que los funcionarios infernales entren y salgan de allí con toda libertad. Se dice que un jefe de estado (arquetipo de la demagogia, de la corrupción y de los pseudopatriotas pactos del blablabá), cliente del malvado mago Belcebú Sarcasmo, le encargaba lágrimas de cocodrilo. Se dice que siempre ha habido, y sigue habiendo, hombres que no retroceden ante nada con tal de conseguir el poder y el dominio sobre los otros.

Entre las sanguinarias y apestosas especialidades del mago Belcebú Sarcasmo se cuentan la contaminación del aire, el envenenamiento de mares y ríos, la destrucción de bosques y campos, las enfermedades de humanos y fauna, pero también el congelamiento de los espíritus elementales (que no pueden morir), como los gnomos, los elfos, las ondinas, los juzgalibros (seres diminutos y prescindibles que suelen pasar su somnífera vida poniendo reparos a los libros). El mago Belcebú Sarcasmo, como arquetipo y cerebro de laboratorio, es el paradigma del científico involucrado, moral y políticamente, en empresas privadas e instituciones públicas, cuyos experimentos e investigaciones inciden en la polución atmosférica, en el exterminio de las especies y en la degradación de los ecosistemas. Esto se subraya al referir su cuota contractual y al cifrar sus supuestos buenos deseos mientras bebe el ponche (y en ello no se encuentra ni por encima ni por debajo de la bruja), pero también se transluce en las maldiciones que lanza en sus explosivos enojos, pataletas y berrinches: “por todos los pesticidas”; “por la lluvia ácida”; “por el estroncio radiactivo”; “por todos los genes clonizados”. Mientras que la bruja Tirania Vampir, como arquetipo multiplicadineros, es el paradigma de los grandes capitalistas y especuladores bursátiles (que emplean técnicos, economistas y científicos): los banqueros con estratosféricos aguinaldos (gordinflones y sin ningún catarrito), los manipuladores de la bolsa, los poseedores de las acciones de las empresas e industrias transnacionales que dañan el orbe y propician el cambio climático con sus consabidos desastres y tragedias. Así, la villana Tirania Vampir presume ser la presidenta de la Sociedad Internacional de Níquel Corrosivo e intenta que su malévolo sobrino Belcebú Sarcasmo jure por el Tenebroso Banco-Palacio de Plutón. Y en una de sus cantaletas radiográficas, grita: “¿Qué cuesta el mundo entero?/ ¡Dinero! ¡Dinero!” 

En este sentido, ante sus pestilentes negocios y confabulaciones, el cuervo, metido a filósofo de cine, le dice al gato: “Entre los hombres, te lo aseguro, el dinero es el punto capital, especialmente en el caso de tu maestro y mi madam. Hacen todo por dinero, y con dinero pueden hacer todo. Es el peor instrumento mágico que existe.”

Como se advierte, El ponche de los deseos es una caricaturesca novela-fábula, placentera, que además celebra los juegos de palabras y la improvisación que implica el verso popular. Por ejemplo: “Ponche de los ponches, cumple mis deseos:/ Las acciones de ‘Talar y Hermanos’/ comenzarán a bajar/ y sólo como papel higiénico/ se podrán utilizar.” De cumplirse los buenos deseos de Año Nuevo que, sin querer, expresan los horrorosísimos malvados (y que en realidad son los del recóndito espíritu de Michael Ende), se estaría ante la reinvención del Paraíso Terrenal y quizá en vías del regreso al auténtico Jardín del Edén, a esa eternidad, que según San Silvestre, como si escuchara a San Agustín, está más allá del tiempo, de la dualidad del mundo, donde sólo existe el Bien sin contrincante. 

La descripción de los personajes, de los objetos, de las escenas, refrendan que Michael Ende era un colorista, un magnífico tejedor de fantasías, de filigranas, un dotado para lo visual. Es por ello, en parte, por lo que sus novelas Momo (1973) y La historia interminable (1979) fueron adaptadas al cine. Y es por ello, al parecer, que el binomio Ediciones SM/Thienemann reza en las solapas que Michael Ende se sentía influido por su padre Edgar Ende (pintor surrealista), por El Bosco, por Brueghel y por Klee.



miércoles, 3 de septiembre de 2014

En torno a la muerte del escritor Michael Ende

Texto: Grupo LiPo, tomado de Kulturchronik
Imagen: Michael Ende



El tiempo es vida, y la vida habita en el corazón, reza la fórmula con la que la heroína del cuento de Michael Ende, Momo, logra impedir la congelación del mundo. Con una tortuga en una mano y un gi­rasol en la otra, la muchacha combate contra una sociedad fantasmal. Los «señores grises» enseñan a los seres humanos a ahorrar tiempo. Y cuanto más personas ahorran tiempo, tanto más fría, triste y gélida se vuelve su vida. El Maestro Hora, el «Gobernador del Tiempo», hace que el mundo se detenga, y Momo logra vencer a las bandas de las gélidas y repugnantes criaturas. Momo regala a los seres humanos todo el tiempo vital que les fue robado con engaño.

Los niños son los que perciben con mayor claridad cuando falta el tiempo, sobre todo cuando tiene la culpa de ello el mundo de los adultos. Por ello los protagonistas de Michael Ende eran niños. Niños que enseñan a los adultos lo que merece la pena de tomarse tiempo, por ejemplo para leer juntos un libro. En sus novelas, piezas teatrales y libros ilustrados, Michael Ende ha encontrado siempre un truco para defender y liberar a los seres humanos de la amenazadora pérdida del tiempo, la fantasía y el amor.


Michael Ende no tuvo jamás temor ante la posible desaparición de su propia fantasía. Lo mismo que el Bastian de La historia interminable en el reino de las «Fantasías», Michael Ende regaló la vida a una inmensa cantidad de animales fabulosos, de monstruos y de figuras de cuento. Nacido el 12 de noviembre de 1929 en Garmisch-Partenkirchen, como hijo del pin­tor surrealista Edgar Ende, Michael Ende comenzó su carrera en el teatro. A mediados de la década de los cincuenta se decidió a trabajar como escritor independiente; su primer gran éxito fue el libro infantil Jim Botón y Lucas el maquinista (1960). La «Augsburger Puppenkiste» (un teatro de marionetas de la ciudad de Augsburgo) hizo famosa esta historia del niño expósito negro que junto con el maquinista de tren Lucas y la locomotora Emma emprende un viaje alrededor del mundo. En 1962 apareció la continuación, titulada Jim Botón y los trece salvajes.

Los libros de Ende han sido traducidos a más de treinta lenguas y han alcanzado una totalidad de 17 millones de ejemplares. Sobre lodo La historia interminable (1979), hizo mundialmente famoso a este narrador - a través de tres versiones cinematográficas con las que el autor nunca pudo mostrarse conforme-. Este escritor idealista se opuso  asimismo contra la utilización de las criaturas de su invención como figuras de filmes de dibujos animados y de su posterior lanzamiento al mercado como juego de computador.

Entre 1970 y 1985, Michael Ende vivió junto con su esposa, Ingeborg, en las cercanías de Roma, concedió rara vez entrevistas y evitó cuanto pudo las apariciones en la pantalla de televisión. Tras de la muerte de su primera es­posa se casó en 1989 con la japonesa Marika Sato, que había traducido su Historia intermi­nable. En su colección de apuntes y bocetos, publicada en 1994 con el título de Zettelkasten (Fichero), Ende señaló que su «sed de lo mara­villoso» no estaba ni mucho menos saciada. Por último trabajó en Lirum, Larum, un libro para niños que verá la luz antes de fines de 1995.

Una noche, Bastian, el protagonista de la Historia interminable, se duerme a los pies del león petrificado Graograman. Cuando se des­pierta a la mañana siguiente, se lleva un enorme susto: el león vive. «Yo creía que eras de piedra», balbucea el muchacho. «Y lo era de verdad», replica el león. «Yo muero cada día cuando cae la noche, y cada mañana despierto de nuevo a la vida.» Bastían dice que había creído que sería para siempre. «Cada vez es para siempre», replica el león enigmáticamente.

Michael Ende falleció el 28 de agosto de 1995 en una clínica de Stuttgart víctima de un cáncer de estómago. «Para siempre», replicaría el león Graograman a las preguntas de los niños. La próxima pregunta de un niño sería sin duda: « ¿Despertará otra vez Michael Ende?» Un adulto respondería: Sí, porque sigue viviendo, junto con sus criaturas en el reino de las «Fantasías». Y el niño lo entendería.


Identificando a los hombres grises

Texto: Ana López de San Román en espaciosblog
Imagen: fotograma de Momo



Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo. // Momo (Michael Ende)

En la famosa novela de Michael Ende, Momo, unos misteriosos hombres que visten de gris son los dueños del Banco del tiempo. Éstos consumen el tiempo de las personas para mantenerse con vida. La vida se convierte así en una especie de dictadura del tiempo. La gente vive en la obligación de ahorrar tiempo, sin saber muy bien porqué, pero para mantener con vida a los hombres grises.

Esta cosa misteriosa y cotidiana que se nos aparece y no nos cuestionamos es el tiempo. Pero, ¿Qué es el tiempo? Y cómo ha ido evolucionando su significado y su valor.


Etimológicamente procede del latín tempus. Como definición general, se entiende al tiempo como la duración de las cosas que se encuentran sujetas al cambio. Tempus fugit! (El tiempo huye, se va, cambia continuamente)

Para Aristóteles el tiempo es la dimensión inherente a la representación intelectual del movimiento. San Agustín sin embargo, relaciona el tiempo con el alma.

Podemos considerar que el tiempo como construcción social nace en el siglo XIII, hasta entonces los fenómenos naturales bastaban para medirlo. Pero surge entonces el reloj como instrumento de medida, porque era necesario un instrumento físico invariable.

En el siglo XIV, se produce la época más importante en torno al tiempo. El uso del reloj pasa a extenderse en las ciudades. Y el tiempo comienza a tener valor con el desarrollo del comercio.

En el siglo XIX, los relojes entran en la vida cotidiana. El tiempo de Newton es el tiempo del reloj. El tiempo es concebido ahora como una magnitud absoluta. Tiempo absoluto.

Esa concepción está de acuerdo con la concepción filosófica de Kant que establece el espacio y el tiempo como necesarios para cualquier experiencia humana. Kant asimismo concluyó que el dependen del sujeto observador, es decir, son subjetivos.

En la mecánica relativista de Newton, la medida del transcurso del tiempo depende del sistema de referencia donde esté situado el observador y de su estado de movimiento, es decir, diferentes observadores miden diferentes tiempos transcurridos entre dos eventos causalmente conectados.

Bergson, el filósofo de la temporalidad  añade que el yo vive el presente con el recuerdo del pasado y la anticipación del futuro.

La noción de tiempo ha ido variando a lo largo de la historia. Lo que parecen tener en común todas las teorías y conceptos, es que el tiempo es valioso.

El tiempo es a la vez el más valioso y el más perecedero de nuestros recursos.
John Randolph

Tal vez su ser perecedero le confiere aún más valor. El devenir del tiempo hace que se escurra entre nuestros dedos, que no podamos retener los instantes presentes  más que en nuestra memoria, porque nuestro presente se convierte en pasado a  cada instante.

En nuestro presente se concentra nuestro pasado. Nuestro tiempo es nuestro destino. (Son ideas de la filosofía de la razón vital de Ortega)

¿Por qué quieren los hombres grises que ahorremos tiempo? En la novela, el ahorro de tiempo se centra en evitar todo lo que no sea productivo en la vida del hombre, incluso el dormir. Todo lo que se refiere al arte, la imaginación, las relaciones interpersonales,…  se considera una pérdida y un despilfarro de tiempo. La consecuencia es la homogeneidad y la esterilidad de la vida humana.

Tal vez el relato de Michael Ende no esté tan alejado de la realidad. Podríamos y deberíamos hacer un ejercicio de identificación de nuestros hombres grises. De aquello, que nos hace dedicar y consumir nuestro tiempo pensando que es tiempo bien empleado y no malgastado.

Nuestra batalla es la de ganar el tiempo. Pero antes tenemos que cambiar la noción de lo que es perderlo, o por lo menos detenernos a analizarlo.

Un hombre que se permite malgastar una hora de su tiempo, no ha descubierto el valor de la vida.     Charles Darwin.

Todo aquello que los hombres grises identifican con pérdida de tiempo es lo que pertenece a la esencia del hombre. El tiempo que dejamos de ganar, de vivir y de disfrutar, es el que nos humaniza. Nuestro ser con otros y para otros, en primer lugar. La autorrealización del hombre pasa por encontrarse con el mundo y salir fuera de sí mismo.

El arte, la creación, la imaginación, el descanso, el tiempo en la naturaleza…ese tiempo es ganado porque nos pertenece, porque nos hace más personas y más felices.

Dejemos de regalar nuestro tiempo a los hombres grises porque los mantenemos vivos y siguen consumiendo nuestra humana temporalidad.


Con la tecnología de Blogger.

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