viernes, 28 de febrero de 2014

Michael Ende, premios recibidos

1960 Premio de Literatura de la Ciudad de Berlín.

1960 Premio al Libro Infantil Alemán (Jim Botón y Lucas el maquinista).

1961 Premio al Libro Infantil Alemán.

1962 Premio y Sitio de Honor en la Hans Christian Andersen (Jim Botón y Lucas el maquinista).

1963 Premio al Libro Infantil Alemán (Jim Botón y los 13 salvajes).

1974 Premio al Libro Juvenil Alemán (Momo).

1974 Sitio de Honor Europeo por Libro Juvenil (Momo). 

1976 Premio Nakamori de Tokyo.

1979 Buxtehuder bull (La historia interminable).

1980 Gran Premio por la Academia Alemana de Literatura Infantil y Juvenil.

1980 Premio de Cultura Japonesa por la mejor traducción de literatura actual (La historia interminable).

1980 Pluma de Plata de Rotterdam (La historia interminable).

1980 Premio del Second Channell de la Televisión Alemana (La historia interminable).

1981 Premio German child and youth record.

1981 Premio Janzsz Korczak (por su trayectoria).

1982 Premio Bronzi di Riace. Italia, premio Kiwanis a la literatura (por su trayectoria).

1982 Premio Lorenzo IL Magnifico. Academia de Bellas Artes de Florencia (por su trayectoria).

1982 Autor del año.

1983 Pluma de Plata.

1988 IBBY Honor cunning (traducción italiana de Jim Botón y Lucas el maquinista).

1988 IBBY Honor cunning (traducción iraní de Momo).

1988 Premio del Banco Raiffeisen (por su trayectoria).

1989 Premio Católico de Literatura Infantil (Ende/Hechelmann: El teatro de las sombras).

1990 Premio La Vache qui lit. Zurich (El ponche de los deseos).

1990 Premio Rattenfaenger (El ponche de los deseos).

1993 Premio de Literatura Juvenil Alemana (Ende/Kehn El largo camino hacia Santa Cruz).

1996 Premio Kurt (Ende/Kehn El largo camino hacia Santa Cruz).

1996 Premio Wildbader de literatura infantil (Ende/Oberdieck Lirum Larum Willi Warum).



Michael Ende de la A a la Z




Adulto: «El hoy llamado adulto, al que se ha remachado el cerebro con una noción de realidad que no deja de ser ridículamente pobre, considera todo lo maravilloso o misterioso como 'irracional', como 'fantástico' o 'escapista', o comoquiera que recen todos esos vocablos utilizados en sentido peyorativo».

Animismo: «Curiosamente, se les ha dejado a los niños una pequeña reserva para lo salvaje. Si a los niños se les domesticara inmediatamente, según este mundo seco de los adultos, se derrumbarían espiritualmente. Por eso se les ha dejado, más o menos hasta los seis años, una pequeña reserva donde pueden alimentar sus tendencias animistas, donde se imaginan a la naturaleza poblada de seres maravillosos y donde pueden tutear al sol y a la luna. Pero eso se les destruye en la escuela, y se les deja en claro que todo son amables mentiras».


Borges: «Borges me dio el coraje de adentrarme en mi propio camino, porque yo siempre he tenido que justificarme por el tipo de literatura que escribo».

Creatividad: «La fantasía es una fuerza anárquica en las vidas humanas, que está constantemente creando nuevas cosas, empuja todo lo estático, y cambia los sistemas de valores. Este fenómeno aterroriza a los adultos, quienes no quieren cuestionarse el orden existente. Porque la mayoría ya no tiene esa fuerza interior. Los niños, por otra parte, aman esta energía creativa y la sienten como su elemento natural».

Crítica: «No quiero enemistarme con todos los críticos, pero me he acostumbrado a críticas reseñadas en virtud delnúmero de columnas y no por lo que contienen. Yo sé que esto suena muy provocador pero una crítica de cuatro columnas da a mi libro más interés que un elogio de diez líneas aunque sea igual de efusivo. El elogio de diez líneas, al día siguiente, todos lo han olvidado. Un artículo de cuatro columnas permanece en los lectores».

Didactismos: «Mi trabajo no está guiado en absoluto por intenciones pedagógicas o didácticas. Solamente razones artísticas y poéticas han guiado la elección de la forma que ustedes encuentran en mis libros».

Edgar Ende: «A través de él conocí otras realidades artísticas, el arte fantástico del surrealismo y la literatura. Nos entendíamos muy bien, él no me trataba como un niño, sino como un compañero de juegos. Cuando trabajaba en su estudio, yo también tenía un pequeño caballete y pintaba a su lado. Después mirábamos nuestros cuadros».

Evasión: «Una de las preguntas que se me formulan permanentemente en los debates es si la fantasía no significa una evasión de la realidad. Yo siempre contesto que no, que es una posibilidad de alcanzar la realidad».

Fantasía: «La realización fantástica es, sobre todo, la capacidad de pensar creativamente, de encontrar nuevos valores, de crear nuevas imágenes, de ver nuevas relaciones y, en este sentido, la fantasía es indispensable para acercarse a la realidad, ella no nos aleja de la realidad vital».

«Qué difícil es aprehender el concepto de lo fantástico. Nos hemos perdido en un concepto de realismo que ha llegado a ser tan pobre, tan necesitado, que simplemente no puede contener una categoría de la capacidad vivencial humana».

Historia de la literatura infantil: «Los principios de lo que hoy llamamos Literatura Infantil se remontan a los comienzos del siglo XIX. Antes había cuentos de hadas, pero no eran, en absoluto, 'exclusivamente para niños'. En el Desierto Cultural se supone que el pueblo inventó esos cuentos precisamente porque era ignorante e ingenuo. Nosotros, los de la reserva, estamos mejor informados: el pueblo no inventa esas historias, no hace más que transmitirlas concienzuda y muy exactamente. Los anónimos autores de cuentos de hadas eran en realidad hombres sabios que sabían muy bien lo que decían, hasta en sus más mínimos detalles. (...) Al comienzo de la Edad Moderna todo eso cambió. A partir de entonces el intelectualismo moderno empezó a desplazar a la antigua espiritualidad europea en todos los ámbitos».

Infancia: «En nuestro barrio había un hombre loco que nosotros los niños queríamos mucho, un pintor que llamábamos Fanti. Era un maravilloso contador de historias: nos narraba relatos salvajes y fantásticos y los ilustraba en un pedazo de papel que él siempre llevaba a mano. Eran ocasiones llenas de magia y suspenso que cortaban la respiración. Nunca lo olvidaré».

Justificación: «En los años sesenta, en Alemania, como en otros países, se estaba debatiendo, de una manera muy acalorada, el tema de la evasión en el arte. Todo aquello que no fuera una literatura estrictamente ligada a la realidad política y que no tuviera una finalidad emancipatoria se consideraba una obra superflua y escapista. Y, claro, el caso es que yo tenía que estar justificándome todo el rato por mis libros, y llegó un momento en que me harté».

Literatura infantil: «La reserva de la que proceso se llama Literatura Infantil. Pertenece a esas reservas que toleran, con sonrisa condescendiente, los habitantes del Desierto Cultural, a las que algunas asociaciones benéficas incluso miman, pero que todos, en el fondo, desprecian... como desprecian, por cierto, la mayoría de las cosas que tienen que ver con los niños».

Materialismo: «Los hombres grises son un principio que existe en nuestra sociedad, un modo de contemplar la vida, en el que sólo se valora lo que se puede pesar, medir y contar. Esto acaba matando todo lo que toca. Los hombres grises son el puro intelectualismo científico en el sentido materialista».

Pedagogía: «El desarrollo de mi personalidad fue interrumpido repentinamente por la entrada en el colegio en el año 1936. Intentaban enseñarme a leer, escribir y a cuadrarse (lo cual, entonces, era aún más importante) así que al poco tiempo saqué la conclusión de, una vez mayor, no elegir una profesión para la cual se exigieran estas habilidades».

Procedencia: «Mi procedencia se ubica en la despreciada literatura infantil, un enclave odiado por los misioneros del desierto cultural que no son otros que los representantes de la ilustración científica, de la racionalidad que son los mismos que envenenan el cielo, la tierra y las aguas».

Realidad: «La realidad no está constituida sólo por hechos, sino también por el significado que les damos a los hechos, y el significado cambia de decenio en decenio y de cultura en cultura. Y para llegar al significado de los hechos se necesita un acto creador, especialmente cuando -como hoy en día- se está frente a nuevas preguntas».

Soñar: «Desde la escuela me han hecho sentirme diferente: éste es un mundo en el que no se ama a los soñadores. Pero, por otra parte, nunca creí que los otros fueran como se comportaban. Siempre he pensado que, en el fondo, los otros son como yo, sólo que no lo saben».

Tortugas: «Me gustan las tortugas porque no sirven para nada. Son los más antiguos animales de la creación y si los miras tienen una extraña sonrisa, como si supieran cosas que nosotros desconocemos».


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Los extractos que aparecen en esta selección han sido tomados de:
El Independiente (Madrid) 10 de julio de 1990.
La Revue des Livres pour Enfants. N.º 113. Primavera de 1987.
Diario 16 (Madrid). 27 de septiembre de 1990.
El País Semanal N.º 695. 5 de agosto de 1990.
Zeit Magazin (Alemania) N.º 47. 18 de noviembre de 1994.
Revista de Libros de El Mercurio (Santiago de Chile), N.º 131. 10 de septiembre de 1995.

jueves, 27 de febrero de 2014

El mapa de un laberinto

Texto: Cecilia Sabido Sánchez Juárez en el Istmo
Imagen: Beatrix Colom




Excavaciones poéticas e intelectuales en la Carpeta de Apuntes de Michael Ende


A través de su literatura, Michael Ende (1929-1995) ha dado mucho de que hablar a intelectuales y niños de todo el mundo. Sus relatos van más allá de la fantasía, en cada página esconde una puerta deseosa de que alguien la cruce. Anímese a abrir de par en par, aquella que lleva al laberinto que escribió con su propia vida.

Un día de 1994, entre las tintas y los encuadernados de alguna moderna editorial de Stuttgart, vio la luz un libro de tantos. Quien
lo hallase en los anaqueles de las librerías no vería en él más de lo que hay en todos loslibros: no le faltaba ni le sobraba nada para serlo, hasta lectores comunes; pero en realidad era un mapa cuya entrega esperaban incontables viajeros. El secreto de este compendio consistía en guardar claves e indicaciones para abrir las puertas de un mundo antes visitado, quizá perdido, siempre añorado… y algunas recomendaciones para andarse en él como en casa.

También podría servir como instructivo para fraguar ficciones; sé de algunos que lo han adquirido con tal propósito y debo decir que no queda mal como curso «a distancia» en el aprendizaje de ciertas artesrelacionadas con la humanidad y la esperanza. A fin de cuentas, este «librito» es un texto precioso para quien haya dedicado su vida, de un modo u otro, a seguir los pasos del maestro domador de ironías y quimeras en la función de circo del mundo contemporáneo. Si Carpeta de apuntes dice poco de nuestro misterioso volumen, dirá más el nombre de su autor: Michael Ende.


Una cierta mania de abrir puertas

En el corazón del siglo XX, en una tierra herida por la guerra, en un hogar marcado por el arte, una pluma temeraria comenzó a jugar con las palabras. Pertenecía al hijo de un pintor surrealista llamado Edgar Ende y eso, en la Baviera nazi, no era visto con buenos ojos. Mientras el padre luchaba prácticamente forzado en el frente alemán, el joven Michael asistía al KLV de Garmisch-Partenkirschen, donde nació en 1929. Aunque no provenía de una familia judía, la actividad paterna lo había marcado como no fiable políticamente; por esta razón le aplicaron un «traslado disciplinario» a dos clases abajo de la suya, pero lo que debía servir como humillación fue para él buena fortuna. Se ganó muy rápido a sus jóvenes compañeros con historias y ocurrencias de todo tipo, mejoró su alimentación y tuvo más tiempo para vivir, sobrevivir y hasta hacerse de una novia. En su momento, intentó todo con tal de librarse de una guerra que le sabía ajena: fingir enfermedades, hacerse pasar por seminarista, fallar en los exámenes del gimnasium y quemar la cédula de alistamiento. Casi siempre corrió con suerte.

Actor de vocación, algo dramaturgo, un poco periodista, Ende vivió entre las letras por muchos años, pero alcanzó el «éxito» literario en 1960 cuando publicó Jim Botón y Lucas el maquinista. Algo había en este escritor que despertaba a un público de interiores complejos, pero ávido de optimismo.

Los primeros lectores se vieron conmovidos de modo especial por un hecho simple: Ende podía dar a los niños la esperanza que los padres no sabían cómo recuperar. No se trataba sólo de un hombre imaginativo; podía transformar la realidad más cotidiana en fantasía, y así sus ficciones no eran inalcanzables ni ingenuas. En las calles, las plazas, las puertas mismas de la casa podían empezar los caminos que harían distinta la vida. Si aquel anhelo era muy bueno de sembrar en los jóvenes, no se alejaba tampoco del conflicto de los lectores adultos, inmersos en revoluciones ideológicas y conceptuales.

Sus libros posteriores, Momo y La historia interminable, publicados en 1973 y 1979 respectivamente, crearon universos entrañables que se multiplicaron en ediciones y alcanzaron la pantalla grande. Su obra fue catalogada entonces como «infantil» o «juvenil»; sin embargo, en 1986, la aparición de El espejo en el espejo anunció un hecho presente a todas luces: Ende no era un autor «infantil» aunque supiera hablar con los niños y deseara hacerlo. Este libro de cuentos abrió la curiosidad de los adultos hacia lo que habían pasado por alto: los fundamentos «serios» de su literatura.

Esa curiosidad removió también una incómoda sospecha: la literatura infantil debe ser del todo inofensiva (es decir, vacía y simple, adecuada para los pequeños a quienes se les concede poca capacidad de pensamiento), pero los libros de Ende presentaban una propuesta compleja y, por si fuera poco, resultaban tan elocuentes como accesibles. ¿Es que un autor confeso de literatura fantástica infantil para todas las edades podía tener como ejes los misterios de la humanidad y de su angustioso presente? Las paradojas del tiempo y del espacio, el valor de la vida, el sentido de la existencia, los enigmas del lenguaje, la angustia ante la libertad y las posibilidades infinitas constituyen el tramado de sus textos. Es cierto que muchos autores contemporáneos trataron los mismos problemas con elocuencia y profundidad, pero muy pocos lograron entrar al ámbito originario de la fantasía con la naturalidad y la proximidad del autor de La historia interminable. El resultado de su fama fue una serie de lectores dispuestos a preguntarse por cuestiones filosóficas y que, además, dejaban correr la imaginación con gusto, sin los límites del cientificismo reinante. ¡Por las barbas del gran Galimatías!

La pluma de Ende era, en resumidas cuentas, peligrosa. Desde aquel adolescente que encantaba a sus compañeros de clase con historias que alejaban la guerra, hasta el incómodo escritor que hacía poco caso de los límites literarios (incluso los supuestos por los escritores serios del siglo), se manifestó en Michael Ende la terrible tendencia a abrir puertas, indagar en ellas, una por una y todas a un tiempo; de soltar irresponsablemente a los genios atrapados en aquellas infinitas posibilidades y salir airoso de todas las venturas. En otras palabras, tenía la encantadora manía de forjar laberintos y de enredar en ellos a sus entusiasmados lectores.


De pasillos y puertas y llaves

La fascinación de Michael Ende por los enigmas de la libertad cobró forma en la tinta de uno de sus mejorescuentos. Echando mano del estilo narrativo oriental, escribió la historia del mendigo Insh'allah, quien víctima de la soberbia cayó en la prisión de la libertad. Para escapar tenía la oportunidad de abrir una de las 111 puertas que lo rodeaban y su carcelero, en una tortura continua, le hacía reflexionar: «Podría ser que detrás de una de las puertas se oculte un sanguinario león que te destroce, detrás de otra florezca un jardín habitado por hadas que te regalarán miles de caricias amorosas, que por el contrario detrás de la tercera te espere un gigantesco esclavo negro para cortarte la cabeza… No digo que sea así, pero podría ser… Elige bien». El tema está presente de igual modo en La historia interminable, cuando Atreyu debe cruzar tres puertas para llegar al Oráculo del sur y cuando Bastián entra en aquel castillo cuyas puertas conducen a cualquier lado. Las respuestas de sus personajes son tan próximas como lejanas entre sí; lo que nos ponen de manifiesto es la vivencia misma de la libertad. La puerta es el símbolo predilecto de Ende para representarla porque toda puerta pide ser abierta y encierra algo a su vez; su misterio constituye, en sí mismo, una necesidad perentoria de la reflexión humana.

Existencialista por contemporaneidad, herencia y vocación, a Ende no le es ajena la angustia de la posibilidad que nace con la libertad misma. Su vida como escritor, en el más fecundo sentido de la palabra, se concreta en el arrojado intento de abrir todas las puertas y recorrer todos sus caminos: algunos luminosos, otros sombríos, siempre cambiantes. Pero en lugar de dejarse llevar por la agonía desiderativa, se deja fascinar por los juegos irónicos; aun si la perspectiva de una aventura es negativa, sabe tocarla con un don de ligereza y buen humor que no demerita la profundidad pero agiliza el viaje dentro de ella. El resultado de vérselas de frente con lo absurdo es un ingenio contagioso y audaz: Ende no sólo quiere saber qué hay detrás de cada puerta, sino dejar salir lo que se oculta allí... quizá cambiar las reglas de la historia y dejar que esta vez el león decida a quién comerse: a la mujer que espera en la otra puerta o al hombre que, maquiavélicamente, le puso en libertad.

A esta doble perspectiva alude Roman Hocke, en el prólogo de Carpeta de apuntes, cuando habla de dos mundos presentes en la interioridad de Michael Ende: uno es el ámbito imaginativo por el que lo conocemos mejor. El otro es el terreno especulativo que sólo sospechamos y que se halla siempre presente, ya en sus artículos y ensayos, ya en su narrativa, dramaturgia y poesía. Aquí vale preguntarse por qué prefirió Ende la literatura fantástica para expresar sus inquietudes especulativas. ¿Es que en la coexistencia de ambos mundos se advierte una especie de esquizofrenia literaria o encontró una virtuosa reciprocidad en ellos? El valor de editar el cúmulo de apuntes de un escritor (no sólo sus borradores y manuscritos, sino aquellas ideas garabateadas detrás de las facturas, las entradas del teatro, doquiera que asaltara la reflexión) consiste precisamente en descubrir los «caminillos más visitados» de su laberinto. Sin duda nos permitirá desembocar en algún punto de sus ficciones conocidas o, mejor aún, se comunicará con nuestras propias inquietudes.

«El laberinto es el cuerpo del Minotauro (…) es imposible que Teseo le mate al final a no ser que se mate a sí mismo. Cada uno se transforma en aquello que busca». Esta es la advertencia que conviene hacer a quien se disponga a dar al menos una ojeada al «mapa» ideológico que se esconde entre las letras de la Carpeta de apuntes. Hay en este libro una significativa versatilidad, una interconexión notable entre ensayos, cuentos, poesías, diálogos, cartas y entrevistas que es, a su vez, un vaivén desconcertante.


Unas cuantas puertas

El primer paso para abrir una puerta es descubrirla, es decir, sentirse llamado por la interrogante ¿qué hay del otro lado? Esa suerte de vocación o llamado de lo posible es la que motiva a Ende a escribir y toma en él formas múltiples: desde la contemplación reflexiva, hasta la indagación de los supuestos herméticos; desde las diversas formas de la narrativa natural, hasta la incidencia directa en el conflicto por el teatro (una de sus más grandes pasiones, aunque no la más afortunada); desde las luces del bien, hasta los tenebrosos atajos de la maldad.

Ende hace de su búsqueda un camino a veces tortuoso. Conocerlo puede resultar incómodo a muchos lectores y en ello reside la honestidad de la Carpeta de apuntes. Sin ser un diario, se convierte muy pronto en un itinerario ideológico que revela todas las puertas que tocó, las respuestas que encontró, aquellas que se le tornaron más oscuras y las que con una negativa se le cerraron francamente en las narices. Cuentos, ensayos, cartas y entrevistas mantienen entre sí una relación unitaria con la biografía literaria del autor: «la huida del materialismo y el encuentro con la imagen espiritual e integral del hombre con el fin de superar el ya intolerable abismo que separa el mundo del conocimiento (ciencias de la naturaleza) del mundo de las verdades de la fe (religión)».


La llave maestra

Pero una vez armado con la vocación de la pluma, su llave predilecta, Ende descubre un secreto por el cual vale la pena recorrer tan errática ruta: el poder de la ficción. Deudor en gran parte de la ideología estética de su padre, aparece en varios ensayos el concepto de «ideas-forma»: ideas que el artista tiene que sacar del mundo de lo oculto al mundo visible, pero no son arte en sí mismas, sólo lo son cuando se encarnan adecuadamente en la forma sensible. El artista se halla inmerso en una polaridad entre la idea y la sensorialidad que ofrece una extrema tensión: lo suprasensible tiene que ser —en el terreno de la ficción— idéntico a lo sensible .

Aquí se explica el sitio radical que tiene para Ende el conocimiento en su vocación artística: «Tampoco el hombre-arte (…) puede existir sin conocimiento. Él lo necesita, pero al mismo tiempo desconfía de toda explicación y de toda univocidad. Lo que él desea es presentar experiencias, y las experiencias —en lo bueno y en lo malo— no son nunca inequívocas». Esta convicción lo llevó a explorar todo cuanto pudo en el terreno del conocimiento y probó, él mismo confiesa, todo tipo de vías. En última instancia, su actitud no es diferente a la de muchos hombres de su tiempo, pero sí resulta en él una mezcla heterogénea, llena de sospechas que él mismo confirma, a veces con modestia y otras con soberbia. Quizá el mayor valor de Ende frente a esta amalgama de caminos es el reconocimiento de que la mayoría son ciegos, pero valió la pena andar por ellos.

Esto da sentido a dos cualidades de su obra: la dualidad constante y la importancia que da a las palabras. En cuanto a la dualidad, no es cosa del poeta, asegura, el juicio moral ni la explicación del mundo, lo suyo es presentar mundos. Sin postular un maniqueísmo, el mal juega un papel muy importante en sus historias. En ocasiones tan sólo se asoma, otras muchas se presenta como un elegante antagonista y llega a ser el protagonista mismo. Eso puede suceder en el mundo del juego que es el arte. Citando las Cartas sobre la educación estética del hombre, de Schiller, Ende explica por qué sólo se puede jugar con la belleza y con la belleza sólo se puede jugar. Llevar la libertad intrínseca más allá de este límite es inhumano; es confundir la ficción con la realidad y su resultado es gravísimo: resulta que las representaciones de lo repugnante son repugnantes y las representaciones de lo cruel son crueles. La misión de la experiencia estética, afirma Ende, es restablecer la totalidad, sanar lo que en el hombre se halla perturbado o separado: «Pues el arte verdadero, la poesía verdadera, nacen siempre de la totalidad de cabeza, corazón y sentidos, y restablecen esa totalidad en los hombres». Advierte, asimismo, que como todo medicamento, la dosis mal administrada es mortal. El hombre que ha liberado la imaginación conoce mejor que nadie los peligros que ella misma supone y critica sin miedo las corrientes contemporáneas que residen más en la charlatanería que en la humilde y dedicada labor originaria del arte.

El «control de calidad» de la ficción literaria se da en el campo de la palabra y es una suerte de excipiente de la magia. Por eso es característica la fascinación que tiene Ende por las palabras. En sus cuentos aparecen siempre personajes con nombres que no pueden ser sino suyos, identificables por su sonoridad, su carácter o su misterio. En efecto, «dar un nombre —no sólo una designación, sino su verdadero nombre— a las cosas y a los seres todavía anónimos es la más íntimamente humana de todas las facultades humanas». Ése, el trabajo que Dios impuso a Adán, es el primer acto poético del hombre.

La reflexión sobre el lenguaje ha sido, quizá, el eje más identificable de la filosofía del siglo XX y nuestro escritor no permanece ajeno a su influencia. Ende llena sus textos de juegos de palabras y de enigmas que son un verdadero reto para los traductores. La palabra se convierte en reflexión de sí misma y puede llegar al punto del enloquecimiento o forjar un diálogo inolvidable. Para quien escribe, las palabras son la encarnación de esas «ideas-forma» que dan lugar al arte y son en sí mismas. Cuando la solución de los enigmas se nos oculta no hay más que atender a las palabras que lo forjan porque ellas tienen en su propia trama la solución, como Auryn era la puerta para salir de Fantasía (cosa que, por cierto, el autor descubrió en el penúltimo capítulo, a la par de sus personajes).

Hay que tener claro un punto: Ende no es un filósofo ni pretende serlo. No es un intelectual y se precia de no pertenecer a estas clasificaciones porque su misión es otra, más libre y tal vez más penosa, la de ser un peregrino de interiores y andar de puerta en puerta, de casa en casa. «Tú sabes ¾ confiesa a un amigo¾ con qué dedicación me afano en la filosofía y con qué asombrada admiración contemplo los grandes palacios especulativos de los maestros de la humanidad. Yo puedo vivir en ellos, como invitado, por algún tiempo, pero no puedo habitarlos para siempre (...) Pues soy, al fin y a la postre, un vagabundo, como todos los demás juglares y artistas que aspiran a ser todos y nadie».


El laberinto no termina

El 29 de agosto de 1995 murió Michael Ende, en las cercanías de Stuttgart, Alemania. Días después, un colega me confesó la sincera tristeza que le causaba esta noticia. Sin haberlo conocido nunca, siempre quedaba esperar el próximo libro con la misma expectación de quien espera la próxima carta de un amigo entrañable. Ahora ese amigo no escribiría más…

Tal vez fue la película, con suerte el libro mismo, pero muchos lectores jóvenes (y no tanto) de la última treintena del siglo XX redescubrieron las posibilidades de la imaginación gracias a La historia interminable. En las últimas páginas, Karl Konrad Koreander afirma a Bastián Baltasar Bux que hay muchos caminos para volver a Fantasía… ello solo bastó para que los lectores dejaran abierto el deseo de volver a las letras de Ende. Es comprensible; no es fácil dar con un autor que sepa combinar con equilibrio de alegre saltimbanqui el ritmo de nuestros tiempos y los temas insondables —en ocasiones perturbadores— de la condición humana.


Otra puerta de Michael Ende…

«En cualquier ciudad del mundo donde subsisten viejas culturas; catedrales o templos ocuparon sus centros donde salía la luz del orden. Hoy en día los reemplazaron edificios de bancos. En mi última ópera basada en el Flautista de Hamelin describí las escenas donde el dinero es adorado por la gente como si fuera algo sagrado. Allí, alguien dice que el dinero es "Dios", porque el dinero trae milagros, se incrementa y perdura para siempre. Pero el dinero, contrario a nosotros, fue creado por nosotros. Si buscas algo que no exista nunca en la naturaleza pero que fue producido por los seres humanos, eso es el dinero.»


El atractivo de la fantasía



Se acaba de publicar en castellano el nuevo libro de Michael Ende, La prisión de la libertad, un conjunto de relatos fantásticos con un tono bastante diferente del de sus obras mundialmente difundidas. El regreso a Alemania del autor, los modernos conflictos sociales, la deshumanización del progreso y su creciente pesimismo han convertido a Ende, por lo menos en este nuevo libro, en un escritor más sombrío, filosófico y distinto al de La historia interminable y Momo.

Michael Ende nace en 1929 en la localidad alemana de Garmisch-Pantenkirschen, en Munich. Desde los catorce años quiere ser escritor, aunque hasta pasados los treinta no publica su primer libro de literatura infantil. Siempre estuvo muy unido a su padre, el pintor surrealista Edgar Ende, cuya influencia es palpable en sus libros y en sus teorías filosóficas. Su padre fue considerado por los nazis como un pintor "degenerado" y, por lo tanto, prohibido. Al acabar la guerra continúa los estudios en una escuela creada siguiendo las ideas antroposóficas de Rudolf Steiner. Aunque estas ideas no le marcaron mucho durante su etapa como estudiante, a ellas volvería años más tarde para encontrar un apoyo filosófico a sus convicciones sociales y humanitarias.



Su primer libro

Ende cursó estudios de teatro, tomando como modelo las teorías de Bertolt Brecht, que pronto abandonó para no caer, según confesión personal, "en un desierto absoluto". Su primera intención era estudiar teatro para poder escribir teatro, pero, salvo algunas interpretaciones en provincias, no se dedicó profesionalmente a una cosa ni a la otra. Trabaja después como escenógrafo, guionista de cabaret, crítico de cine y en la radio de Baviera. Estos años coinciden con su casual desembarco en la literatura. La insistencia de un amigo para que escribiera un libro infantil trajo como consecuencia la publicación de su primera obra, Jim Botón y Lucas el Maquinista, libro que consiguió el prestigioso premio de literatura juvenil Deutscher Ju-gendliterator Preis.

A partir de entonces, sigue escribiendo obras para los más jóvenes hasta su consagración absoluta con La historia interminable, obra que, traducida a 27 idiomas, ha conseguido vender más de cuatro millones de ejemplares. En 1981 recibió el Premio Janusz Korczak y en el 82 el Premio Internacional de Literatura Lorenzo el Magnífico.


Uno que desentona

Este éxito hizo cambiar radicalmente su vida. Muchos críticos, sobretodo alemanes, calificaron sus obras de escapistas y evasivas, arrinconándolas en un género que consideraban menor, la literatura infantil y fantástica. Y es que Ende se des-marcaba de la tendencia dominante en la literatura alemana, caracterizada desde la posguerra por el compromiso político y la fiebre del realismo social. Así, Ende no fue considerado, a pesar del reconocimiento internacional y del éxito de ventas, como escritor de prestigio. "En el salón literario-opina Ende-, uno puede entrar por cualquier puerta: por la puerta dela cárcel, por la puerta del manicomio o por la puerta del burdel. La única por la que no se puede entrar es por la del cuarto de los niños. Esto no se lo perdona a uno la crítica (...). Yo tenía que estar permanentemente excusándome por mis cuentos fantásticos y por la falta de conciencia nacional, incluso ante mis amigos" (1).

Sintiéndose incómodo en este ambiente prefirió, para ser un creador más libre, abandonar Alemania e instalarse con su mujer, la actriz ya fallecida Ingeborg Hoffman, en Genzano, cerca de Roma. En Italia, Ende encontró un clima de libertad que favorecía sus inclinaciones literarias: "La vida mediterránea es mucho más libre y más abierta que la alemana, excesivamente cargada de normas. Por eso me marché cuando sentí que no podía respirar. En Italia se sabe vivir el caos y yo soy por naturaleza un ser caótico".

En 1985, sin embargo, regresa a Alemania, donde ya no se siente"prisionero", y se instala en Munich, residencia que compagina con frecuentes escapadas a Japón -después de la muerte de su primera mujer, Ende contrajo matrimonio con una japonesa-. Además de publicar La prisión de la libertad, está preparando un futuro libro, Caja de apuntes, un compendio de sus reflexiones sobre el drama del hombre contemporáneo, abocado al vacío. Para Ende, la única salida es la reivindicación de la fantasía.


Reivindicación de la Fantasía

En su nuevo libro aparece acentuada su negativa visión del mundo moderno, al que considera inhabitable y dominado por "un vacío psíquico y cultural". La expansión de la fantasía, que siempre va unida a los valores espirituales, es para Ende la receta para salvar este incierto mundo. Esta visión de la fantasía, más existencial a medida que pasan los años, está vinculada en su último libro a sus preocupaciones filosóficas. "Hoy día hay una necesidad metafísica, un cambio de conciencia (...). La visión del mundo solamente racional no basta para explicar los hechos y hay que implicar algo más. Se busca una nueva totalidad", que, piensa Ende, puede ser Dios: "Dios es una unidad física y mental".

Este interés por lo espiritual, como se comprueba en La prisión de la libertad, ha derivado en Ende a una aproximación a las religiones orientales y a otras experiencias de lo mágico y lo esotérico: la cábala, la alquimia, la reencarnación, las ideas pitagóricas, etc. Sin embargo, teniendo en cuenta los temas de sus últimos cuentos, se advierte que Ende continúa en un incesante estado de búsqueda. Pero esta defensa de los valores espirituales siempre a espaldas de un Dios personal, ¿no lleva a un callejón sin salida?


Un niño eterno

Estas preocupaciones existenciales siempre han estado presentes en las obras de Ende, aunque opina que la misión del escritor no es resolverlas sino "despertar la conciencia de la gente y ver qué quieren poner en el centro de su existencia, si se desea un aumento de la producción o una determinada idea de la persona". Ende no considera que sus libros lleven un mensaje explícito. Más bien concibe el proceso de creación como un perseverante diálogo con "todos los niños que hay encada uno de nosotros. Creo que en cada persona existe un niño eterno,algo indefenso y vulnerable".

Los ingredientes literarios más constantes en la obra de Ende son el juego, la belleza, el misterio y el humor. La influencia de las ideas de Borges y de la pasión por los juegos de ordenador es palpable en su concepto de la escritura: "Confieso franca y abiertamente que el motor real que me mueve a escribir es el placer que encuentro en el juego libre e ilimitado de mi imaginación". Una imaginación que se apoya en un concepto de la fantasía basado en valores modernos y tradicionales.Ende se considera un precursor en la utilización del surrealismo en la literatura infantil, además de reconocer la beneficiosa influencia delos cuentos de hadas, la mitología clásica y los componentes fantásticos de las novelas de caballería.

Ende ha sabido dotar a sus novelas de una dimensión poética y lúdica,compatible con la presencia de lo fantástico, el misterio, el sinsentido y una interpretación crítica de lo real. Es una poética que facilita el simbolismo -muy presente en La historia interminable y en la mayoría de sus obras-, y que favorece la creatividad del lector. La apasionada búsqueda de nuevos mundos que caracteriza a los personajes de la literatura fantástica -Bastián es un ejemplo emblemático- es una manera de conseguir en el espectador tanto la diversión y distracción como la reflexión personal. De este modo, el lector se siente atraído por la presencia de unos valores perennes encarnados en personajes fantásticos y atractivos. Ahí está la fuerza de la buena literatura fantástica, la que han frecuentado autores de la categoría de J.R.R.Tolkien. C.S. Lewis, T.H. White, Lewis Carroll, Lloyd Alexander, ItaloCalvino y Frank Baum, por citar sólo unos pocos (2).



Reflexiones de un indígena

En un artículo de hace algunos años, Michael Ende explicaba el territorio literario en que se mueve (Cfr. Diario 16, Madrid,27-IX-1990).

No tiene sentido negar mis orígenes: soy un salvaje y procedo de una reserva centroeuropea. Por mucho que me esforzara en disimularlo,cualquier habitante científicamente ilustrado del gran Desierto Cultural de ahí fuera me reconocería pronto.
La reserva de la que procedo se llama Literatura Infantil. Pertenece a esas reservas que toleran, con sonrisa condescendiente, los habitantes del Desierto Cultural, a las que algunas asociaciones benéficas incluso miman, pero que todos, en el fondo, desprecian..., como desprecian, por cierto, la mayoría de las cosas que tienen que ver con los niños. Osea, que en comparación, no nos va tan mal. Es cierto que, de vez en cuando, se pone de moda entre los habitantes del Desierto Cultural ocuparse de nosotros, (...) y nos exhortan benévola o severamente a que nos sometamos de una vez a la Ilustración Científica (fuera de la cual no hay salvación), y nos limitemos a contar, a partir de ahora,historias realistas, de contenido social, socialmente críticas o, por lo menos, de utilidad emancipadora. Naturalmente, les prometemos todo lo que quieren, y hacemos también las reverencias que nos exigen hacia los cuatro puntos cardinales, que para ellos se llaman Marx, Freud, Einstein y Darwin. (...)
Dentro de nuestra reserva hay un enclave especial (...); se llama el Libro Infantil Fantástico. Es un paraje en el que, por decirlo así, se superponen dos reservas diferentes: la que acabo de describir de la literatura infantil "intocable" y la de la literatura fantástica, que,en general, se considera como escapista y, por tanto, carente de valor, pero se tiene en cuenta, al menos como curiosidad, siempre que se comporte de acuerdo con lo previsto, y sea mentalmente enferma o,por lo menos, obscena. La superposición de ambas reservas no sólo acumula los respectivos tabúes, sino que los multiplica. Aunque el misionero de buena fe haya consentido en aprobar el libro infantil realista como didáctico o educativo, cuando se encuentra ante un libro infantil fantástico se queda sencillamente sin habla. No encuentra ya baremos ni criterios a que agarrar su mensaje de salvación. (...)
¿Cómo podríamos estar orgullosos de vernos reconocidos por un mundo que para nosotros resulta inhabitable? Estos éxitos sólo prueban que el Desierto Cultural parece convertirse poco a poco en inhumano para un número cada vez mayor de sus habitantes. Muchos de ellos, a los que la Ilustración Científica privó del agua de la vida, padecen simplemente una sed desesperada de cosas maravillosas. En su pelado mundo funcional se ha explicado todo lo misterioso hasta hacerlo desaparecer. (...)
Nosotros, los ingenuos indígenas, nos preguntamos en vano qué querrán decir con ello. Porque nos parece que lo que en el Desierto Cultural se llama racionalidad e Ilustración Científica sólo ha producido lo contrario de lo que el sentido común y la lealtad exigen de cualquiera en su sano juicio. Vemos que esas personas, con su Ilustración Científica, envenenan el cielo, la tierra y las aguas. Vemos que se destruyen a sí mismas en cuerpo y alma. (...)
Mientras tanto, seguiremos luchando a nuestro modo. Nuestra religión se llama poesía. Creemos que la poesía es una necesidad vital, elemental del hombre, a veces más vital que comer y beber (...). La poesía es la capacidad creativa del hombre para sentirse y reconocerse siempre de una forma nueva en el mundo, y para sentir y reconocer al mundo en sí mismo. Por eso, toda poesía es, por esencia, "antropomórfica" o dejará de ser poesía. Y, precisamente por eso, toda poesía tiene afinidad con lo infantil. Nosotros los indígenas decimos incluso: es lo que hay en el hombre de eternamente infantil.


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(1) Las citas de Ende están tomadas de su conferencia "¿Por qué escribo para niños?", pronunciada en el Congreso Internacional del IBBY en Tokio en 1986, y de entrevistas recientes que han aparecido en la prensa con motivo de la publicación de su nuevo libro.(2) Ver servicio 97/87: "El mundo de la literatura fantástica".


miércoles, 26 de febrero de 2014

El encantador de libros


Texto: 
José Manuel Fajardo en El Mundo
Imagen: Michael Ende


«Viejas como el miedo, las ficciones fantásticas son anteriores a las letras... y hasta los libros de filosofía son ricos en fantasmas y sueños». Con estas palabras comienza el prólogo de la Antología de Literatura Fantástica que recopilaron Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges. Y a esa vasta tradición literaria de fantasía pertenece hoy la obra de Michael Ende. De ella se alimentó.

Desde mediados de la década de los años 70, el género de la literatura fantástica conoció un gran auge
dentro y fuera de España. Fueron los años de la devoción por H. P. Lovecraft y la llamada escuela materialista de terror, cuyos introductores españoles a principios de la década fueron Rafael Llopis y Francisco Torres Oliver, en la memorable antología Los mitos de Cthulhu. Y en 1978 se publicaba en España el primer tomo de una trilogía llamada a causar furor entre los lectores: El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien.

Un año después, un libro nuevo (las obras de Lovecraft eran de los años 30 y la trilogía de Tolkien había visto la luz en la década de los 60) vino a pulverizar las cifras de ventas y a reclutar lectores tanto entre los adultos como entre los niños, volviendo a tender el puente que permite que la imaginación de la infancia siga fructificando más allá de la edad biológica. Era un autor alemán, hijo de un célebre pintor surrealista, que acababa de publicar un libro de título seductor: La historia interminable. Su nombre, Michael Ende. Con la fuerza inexplicable con que algunos libros son apadrinados por los lectores, sin que medie operación comercial alguna (la fuerza que ha dado vida a fenómenos como Cien años de soledad o, más recientemente, Un viejo que leía novelas de amor). La historia interminable se convirtió en un fenómeno cultural mundial. Su traducción a casi una treintena de lenguas y su más de un millón de ejemplares vendidos así lo atestiguan. Lo que ya no resulta tan evidente son las causas de semejante éxito.

Cabría pensar que es la poderosa imaginación de Ende la clave del enigma. Y es bien cierto que hay en sus páginas aventuras trepidantes, princesas y dragones y misterios sin cuento. Pero todo ello puede hallarse también en otros autores que no han conocido igual acogida.

Seguramente una de las razones del fenómeno Ende radica en su vinculación a la ancestral tradición fantástica. No en vano el personaje de su novela Momo ayuda a devolver el tiempo a los hombres. Las dos serpientes que forman la alhaja mágica de La historia interminable, y sin las cuales, «el mundo se hundiría», traen a la memoria la serpiente que rodea al mundo, según la mitología medieval escandinava. Y la búsqueda del Agua de la Vida por el niño protagonista, Bastian, tiene el tono iniciático de la mayor parte de las fantasías literarias y religiosas europeas. Todo ello contribuye a que la literatura de Michael Ende sea capaz de hablar directamente a ese niño ansioso de relatos y prodigios que todo lector lleva dentro.

Pero junto a ello, la gran virtud de La historia interminable, su fórmula secreta, es haber sabido convertir al mismo libro en un espacio mágico: un libro encantado. Porque el gran protagonista de La historia interminable es el libro de La historia interminable, como en la paradoja que trazara Julio Cortazar en su relato de un hombre que lee un relato donde se da cuenta de su asesinato mientras lee ese relato.

Bastian también lee un libro del que él mismo resulta ser protagonista. Y el lector del libro de Ende es indicado por el autor a considerarse protagonista de su libro, precisamente en cuanto que lector, porque un libro es siempre diferente según quién lo lea y, en realidad, «toda historia es una historia interminable».

Ende, en plena era de la imagen, supo devolver a las palabras su antiguo poder (no es raro que abominara de la versión cinematográfica de su novela, realizada por Petersen en 1984) y concibió su obra como un canto a la libertad y a la imaginación como la más legítima y eficaz manera de buscar una armonía entre el ser humano y el mundo (lo que ha dado lugar a una lectura que podría llamarse ecologista de su obra). En uno de sus últimos textos, la pieza teatral Jojo afirma su protagonista: «¿Acaso no es real la fantasía? Los mundos futuros surgen de ella, y en nuestras creaciones vive la libertad».

Y aunque, al final de la pieza, las máquinas excavadoras de una industria química parecen a punto de acabar con los pobres saltibanquis de la historia, quizá convenga recordar que, como dice el viejo librero de La historia interminable, «hay muchas puertas para ir a Fantasia». Y la puerta que abrió Michael Ende es de las que ni siquiera la muerte puede cerrar.


Una inteligencia al servicio del bien

Imagen: Michael Ende


¿Un escritor? ¡Un inventor! Un inventor de realidades fantásticas y maravillosas, de mundos que coexisten y se entrelazan, de dimensiones mágicas que se ligan por corredores de tiempo y espacio, donde la lógica no teme a las leyes de la física y estas no valen mas que las de la imaginación. Un arquitecto, que organiza en una única construcción una serie de mundos paralelos, cada cual con sus propias leyes, sin olvidarse de pintar sus detalles con el primor cuidadoso de un miniaturista. Un simpático guía de viajes, que nos muestra un paisaje de sueño, demorándose generoso a comentar sus menores peculiaridades y que en cualquier momento puede hacernos saltar inesperadamente de un paisaje a otro. Un pensador que diagnostica los males de la sociedad, sus problemas y contradicciones al mismo tiempo que busca la esperanza y la redención. Un educador que aprende seriamente de los niños. Un abogado que alza la voz por los problemas de la infancia y el ser humano. Este escritor es Michael Ende.


Un escritor de cuentos y poemas, dramaturgo, ensayista, Ende (1929-1996) es el autor alemán de la posguerra de mayor renombre. Sus obras han sido traducidas a más de cuarenta idiomas alcanzando un tiraje de más de 20 millones de ejemplares. Algunos libros como La historia interminable y Momo fueron adaptados al cine, obteniendo un relativo éxito (especialmente La historia interminable dividida en tres películas). Aunque para desagrado del autor y sus más exigentes lectores, sin embargo dan una muestra clara de la inteligencia, creatividad y talento de Ende. A pesar de de que su obra es predominantemente dirigida a un publico infantil-juvenil, la suya es una obra que abraza a todas las edades. Aunque el mensaje toque sobretodo a los jóvenes que mochila en hombreo peregrinaban en caravanas hasta la Casa del Unicornio (como bautizo Ende a su casa en las inmediaciones de Roma) para ver de cerca de su escritor, cosa muy rara en la literatura.

Esto podrá desconcertar a muchos latinoamericanos, algunos ni siquiera conocerán a Ende, otros no estarán acostumbrados a pensar en el como un autor relevante. Trece de sus obras están traducidas al portugués, mas no se acostumbra visitar las librerías en su búsqueda. Michael Ende debería ser leído en las escuelas primarias y discutido en las universidades. Debería estar presente en los palcos, el cine y la televisión. Debería suscitar debates y reflexiones en los campos de pedagogía, ecología, derechos humanos y cultura en general, mas nada de eso sucede, ¿Por que?

Esto ocurre por varias razones, en lo que respecta a las academias, Ende esta estigmatizado con literatura infantil-juvenil, lo que para las narices levantadas de la intelectualidad inmadura significa lo mismo que “literatura menor”, material indigno de penetrar en los santuarios sagrados de la critica literaria.

Uno de los temas centrales de la obra de Ende, es las características que definen a los primeros años de la vida, los niños viven cada día más apresurados y presionados al ritmo de los adultos; los adolescentes no saben emplear la capacidad de fantasear o la creatividad. Viviendo en una sociedad donde todo debe estar milimétricamente organizado en donde no existe espacio alguno para crear, prematura y violentamente sometidos a una rutina masificadora y neurotizante en la que no se consigue hacer nada que requiera paciencia. Cualquier cosa que no tenga que hacerse a la velocidad de los videojuegos resulta irritante. Tornándose incapaces de disfrutar de actividades de la infancia como la lectura de historias. ¿Como queremos entonces que esos pequeños sin tiempo logren terminar de leer las paginas de Jim Botón, La historia Interminable o Momo?.

Es cierto también que en las campañas pro literatura Ende ha estado ausente, debido al hecho de que critica a la sociedad contemporánea, y a la cultura occidental también. Sus ideas están en completo desacuerdo con los pseudo valores que sostienen el mundo actual. Defiende los verdaderos valores que a pesar de ser verdaderamente humanos están en desacuerdo con las esferas de poder, académicas, científicas y menos de la comunicación y divulgación de la cultura, aunque cabe resaltar que dicha critica la hace mediante talento, creatividad, humor y alegría

“Ese señor es una piedra en nuestro camino, en nuestros zapatos” así dirán los hombres grises que persiguen a la pequeña Momo, ella gracias a su percepción creativa es capaz de darse cuenta de quien esta detrás de la catástrofe que se cierne sobre ellos. Ciertamente es lo que esta ocurriendo con los libros de Ende. ¿Y quien nos garantiza que estos ladrones existen de verdad? A esto podemos responder: si eso no es así, ¿en donde están las personas creativas y donde están los libros de Ende?

En 1971, Michael Ende se muda a una pequeña ciudad en el sur de Roma, alejándose de los círculos literarios alemanes y el clima imperante ideológico político, contrastante con sus ideas. La critica literaria media la relevancia de un autor respecto a los siguientes criterios: si retrataba una sociedad realista, una critica social y política correcta, movimientos de problemas populares, cosas de genero. Un escritor inclinado por lo fantástico o místico no tenía lugar, sus escritos eran clasificados como literatura escapista y como fuga de la realidad.

Y esas obras mostraban claramente la injusticia de las acusaciones de los colegas alemanes. Ende realiza una crítica absolutamente consistente de las sociedades. No encajaba entonces en la critica política, social o económica sino en la espiritual y existencial Para Ende, las grandes amenaza de la civilización eran las guerras, la miseria, los conflictos de las clases sociales y los problemas ecológicos. Todos esos males eran producto de una patología mayor y más peligrosa que combatió toda su vida: la pérdida de sentido de la vida humana. Como pensador que era, supo expresar ese sentimiento en La historia interminable con el dominio de la Nada. Su obra puede verse como la denuncia de los males de los factores históricos sobre la vida humana

La ciencia materialista había creado el efecto que Max Weber llamo de “desencantamiento del mundo”, un proceso en el cual el mundo perdía poco a poco todo lo humano, todo su misterio y encanto. Un mundo en el cual todos los mitos o las concepciones mágico religiosas de la naturaleza eran sustituidas por una visión científica del mundo, basados en la suposición arrogante de que todo lo que existe debe ser perfectamente comprendido por el intelecto humano. Bajo esta óptica, toda poesía debe ser eliminada de la faz de la tierra, así como todo sentimiento sublime y la esperanza de una relación humana con algo mayor; los sentimientos que le habían dado sentido a la vida humana se constituían en un fardo y la vida se tornaba insípida

Este desencanto, es un tema constante en la obra de Ende y estas ideas deberían situarlo en un contexto de literatura para adultos, sobretodo sus libros El espejo en el espejo y La prisión de la libertad, este ultimo una sátira de humor levemente sarcástico utilizado para desenmascarar el embuste científico e intelectual. Esta crítica se centra en la mecanización del humano y el ritmo frenético de la sociedad productiva, cronometrados como maquinas de la era industrial, cualquier cosa que escape a esta rutina es tomado como un absurdo. Y si alguno se atreve a parar será arrastrado y pisoteado por la masa, como resultado tenemos un hombre que no puede disponer de su tiempo y así es como pierde el sentido de su vida, alienándose.

Otra de sus criticas se enfoca al consumismo, el culto al dinero y la especulación financiera como forma de esclavización abordada en varias obras como Momo, El espejo en el espejo y La prisión de la libertad

A pesar de su posición respecto al capitalismo, Michael Ende se distancia diametralmente del discurso izquierdista. En primer lugar, porque no es exactamente el capitalismo – y tampoco la ciencia – lo que él combate, sino la perdida de sentido de la vida humana; cientificismo y capitalismo son apenas factores históricos que aceleraron o agravaron el problema existencial humano. En segundo lugar, porque considera que la transformación de la sociedad debe ser precedida por una regeneración interior del individuo, equivalente a redescubrir el sentido de la existencia.

En su obra, Ende demuestra poseer una convicción de que este sentido debe ser buscado en el interior del espíritu humano, en donde deben existir riquezas inestimablemente valiosas que a pesar de ser sofocadas fuertemente por el desencantamiento y la mecanización, no pueden ser corrompidas y son conservadas casi intactas, en espera de que algún intrépido cazador de tesoros las quiera rescatar. Desde el inicio de su producción Ende percibe instintivamente que el camino artístico es capaz de realizar ese rescate a fin de sacar de lo íntimo del ser humano los elementos que pueden restituir el sentido de la vida

Ese camino es necesario encontrarlo en el interior, mas es necesario encontrar los medios expresivos que posibiliten la simbolización de la riqueza interior de modo que puedan servir de pistas para seguir un itinerario que el elector tendrá que hacer a su vez, dentro de si mismo. Esa necesidad lo acerco al surrealismo que conociera a través de su padre el pintor Edgar Ende y que mas tarde lo llevaría a la literatura fantástica (Jorge Luís Borges y Kafka son claras influencias en su estilo de literatura “adulta”, así como Tolkien en su literatura infantil-juvenil). Frecuentemente se comenta la conexión de Ende con esas escuelas, tomaba esos medios para expresar ideas meramente propias

El tema de la fantasía no es otra cosa que una manera de expresar y comprender los contenidos profundos del alma humana a través de símbolos. Aunque sabía muy bien que no eran invención suya sino una facultad tan antigua como el hombre. Los pueblos primitivos creaban mitos, utilizaban la fantasía (Ende estudio con Jakob Böhme la cabala, el budismo y el zen), creada por los poetas y artistas en general (“Fantasia fue creada por todos los artistas”, dice Ende, refiriéndose al mundo encantado de La historia interminable) y también los niños con sus juegos e invenciones espontáneas.

La fantasía de Ende no es una fuga de la realidad sino un redescubrimiento y revelación de una realidad mas esencial que permanecía oculta. Una realidad que no esta en detrimento de la realidad cotidiana, pero si en su beneficio. Al recurrir a la fantasía, Ende no quiere fugarse de su mundo, sino mejorarlo. Él mismo lo explica: “Un reino mágico de imaginación, Fantasia a la cual es preciso viajar para tornarse vidente. Entonces se puede volver a la realidad exterior con una nueva conciencia transformada, y transformar esa realidad o por lo menos, vivirla de manera diferente”

Una buena poesía, dice Ende, transforma al mundo. En un momento en que la literatura elige el nihilismo o el sarcasmo como la ultima salida, en que el arte parece resignarse al mero esteticismo, vale la pena prestar atención a esta afirmación; perteneciente a la conciencia de aquellos que realmente comprenden el quehacer artístico


La realidad de la fantasía

Texto: Jean-Luis de Rambures en El país
Imagen: cubierta de La historia interminable




Michael Ende, de 55 años, barba cana y ojos de niño, hijo del pintor superrealista Edgar Ende, vive rodeado por los olivos de los montes Albanos, en las cercanías de Roma, en una gran mansión (Casa Licorna) llena de libros viejos, de objetos raros y de cuadros superrealistas. Su novela La historia interminable, traducida a 27 idiomas hasta la fecha, que ha sido considerada como uno de los libros iniciáticos de nuestra época, ha sido llevada al cine como superproducción y estrenada ya en Estados Unidos y en la República Federal de Alemania, lo que ha provocado las protestas de Ende, que sigue en su camino de "encontrar la realidad a través de la fantasía".


Nunca una novela hizo correr tantos ríos de tinta al otro lado del Rin desde El tambor de hojalata, de Günter Grass, en 1959. La historia interminable es, ante todo, una especie de marea: más de un millón de ejemplares vendidos en Alemania Occidental desde su aparición, en 1979, y continúa ocupando los primeros puestos en las listas de los más vendidos. Es un fenómeno sociológico, y así, en las grandes Concentraciones del pasado otoño había manifestantes que blandían la novela como si fuese su programa. Constituye asimismo la prueba evidente de la capacidad que tiene nuestro sistema para transformar en dinero lo que ha sido concebido precisamente para criticarlo. A pesar de las protestas del autor, que se considera traicionado y engañado, acaba de estrenarse en Estados Unidos una película -con un presupuesto de 60 millones de marcos (más de 3.000 millones de pesetas)- que, aunque inspirada en la novela de Michael Ende, está concebida a lo ET.


Con todo, La historia interminable es también un acontecimiento literario. Nos encontramos, sin duda, ante una de las novelas más sorprendentes aparecidas en Alemania Occidental -e incluso en Europa- desde la segunda guerra mundial.




P: Estamos en 1984. El país fantástico que describe usted, ¿no está lejos de nuestra realidad?

E: Mis libros no son westerns. No hay que matar a los malos al final para que todo vuelva a estar en orden. No ataco a individuos, sino a un sistema (llámele, si quiere, capitalista) que está a punto (nos daremos cuenta dentro de 10 o 15 años) de hacernos caer en el abismo. Entre los monstruos. a los que debe enfrentarse el héroe de La historia interminable hay uno al que toma por una araña gigante hasta que se da cuenta de que está realmente compuesto de abejorros color azul metálico que zumban como un enjambre encolerizado. Yo he llamado a esta criatura Ygramul. Sin embargo, podría haberle dado el nombre de Belcebú, el Señor de las Moscas o de la Multitud, pues con esa palabra se designa a ambas cosas en hebreo.


Soy consciente, en efecto, de que el principio demoniaco de nuestra época reside en la dominación que ejerce la multitud sobre el individuo. Todo comienza con la superpoblación, que hace que la persona se encuentre devaluada frente a la masa, y llega hasta la multiplicación infernal de todos los objetos, que caracteriza a nuestra sociedad industrial. Como usted sabe, en la cábala, el número 1 es el más grande de todos, porque designa la totalidad. Ahí está el origen del monoteísmo. Nos hemos olvidado de eso... Dentro de un sistema como el nuestro, que sólo valora lo que puede contarse, pesarse o medirse, no puede hallarse más que un aburrimiento mortal. Es esa especie de enfermedad de postración que abruma a los personajes de Momo.




P: La imaginación, al poder.

E: Una buena fórmula, aunque debería haberse precisado cuál era ese poder. Hay que conocer no sólo lo que se rechaza, sino aquello por lo que se pretende sustituirlo. Y esta vez no es cuestión de sustituir una ideología por otra. Mire: desde hace 2.000 años estamos haciendo eso y sabemos adónde nos conduce. En mi opinión, no puede hacerse ninguna crítica de la sociedad si no va acompañada de una representación utópica del mundo.



No oculto que al escribir La historia interminable intenté enlazar con ciertas ideas del romanticismo alemán. No fue por dar marcha atrás, sino porque en dicho movimiento abortado hay semillas que necesitan germinar. Desde Newton nos hallamos cruelmente divididos en dos mundos: el de los objetos, llamado real, y el supuestamente ilusorio del yo. Para no seguir siendo un extraño, el hombre debe aprender de nuevo, como Goethe, a llamar de tú a la Luna.



Empezamos a darnos cuenta de que con la física, las ciencias naturales, la tecnología o la sociología es imposible resolver los problemas haciendo como si se desarrollasen independientemente de nuestra conciencia. Nos inquietamos también por la destrucción de ese mundo exterior que constituye nuestro marco vital. Sin embargo, hay otra forma de destrucción de la que no se habla y que es igualmente trágica: la de nuestro mundo interior. Cuando todo se subordina al beneficio, se empieza por explotar a los obreros y después se ataca a las colonias, al medio ambiente. Por último, le toca el turno a nuestro mundo interior.



P: ¿Qué vía propone usted para recuperar la armonía?

E: Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho método. Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. Para descubrir las Indias, Cristóbal Colón levó anclas en dirección a América. Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico. Ése es el recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia interminable. Para descubrirse, a sí mismo, Bastián debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado. Sin embargo, hay siempre. un riesgo cuando se realiza tal periplo; entre la realidad y lo fantástico existe, en efecto, un sutil equilibrio que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fantástico pierde también su contenido. Eso lo aprende Bastián a su paso por la ciudad de los emperadores destronados. Al haber perdido hasta el recuerdo del mundo real, los habitantes de dicha ciudad del absurdo se ven obligados a desparramar al azar las letras del alfabeto durante todo el año, esperando que, en el transcurso de la eternidad, acaben por aparecer todos los libros del mundo, entre los que se encuentra, claro está, La historia interminable.



P: ¿No hay en eso una alusión a la Biblioteca de Babel, de Borges?

E: La historia interminable está repleta de alusiones culturales. Y no por falta de imaginación, ya que lo he hecho deliberadamente. En este sentido, el peligro reside no en el universo mental de Bastián, sino en el patrimonio cultural de toda la humanidad. Me he basado en la Odisea, en Rabelais, en Las mil y una noches, en Lewis Carrol y también, aunque en menor medida, en Tolkien, con el que me han comparado los críticos alemanes (ciertamente, los dos debemos mucho a las leyendas célticas de la Tabla Redonda). Me he inspirado en pintores (El Bosco, Goya, Dalí.), en el antroposofismo y en el budismo zen. La cábala, que da un sentido metafísico a los diferentes sonidos, me sirvió de guía a la hora de elegir los nombres de los personajes. Atreju es Atreo, héroe de la mitología griega, cuyo nuevo nombre tiene una sonoridad evocadora de las lenguas indias de América. Pjörnrachzarck, el comedor de piedras, recuerda a Edda, ya que es un gnomo, y al pronunciar su nombre puede oírse el ruido que hace al masticar las piedras. Incluso Fuchur, el dragón de la fortuna, tiene un modelo: Fohi, el dragón de la mitología china.




P: Si he entendido bien, en La historia interminable nada es gratuito. ¿Cómo elaboró el plan del libro?

E: Eso es precisamente lo que intento evitar al precio que sea: hacer un plan. Cuando escribo, pretendo descubrirme a mi mismo. Elaborar un plan significaría introducir en el libro lo que ya sé. Mi método consiste en dejarme guiar sólo por imágenes. Si no hago trampas, acabo por darme cuenta de que cada historia tiene una lógica interior y que no puede desarrollarse de otro modo. Es cierto que eso exige una gran concentración que me conduce, a veces al borde de la locura. No supe hasta el penúltimo capítulo de La historia interminable dónde estaba la salida del país fantástico. Me telefoneaba mi editor: "¿Por dónde vas? Hay que llevar el libro a composición". Yo sólo podía responderle: "No sé cómo terminar la historia". Después de semanas y semanas encontré de repente la solución: para salir del país fantástico no había que ir hacia las fronteras, sino hacia el centro. Había que tomar el camino del interior. Y, créame, sólo al final me acerqué a Novalis.



P: La heroína de Momo es una niña. Bastián es un niño de 10 años. ¿Por qué esa predilección por los héroes infantiles?

E: Hoy día todo el mundo encuentra normal que los escritores penetren en el mundo de las cárceles, en los manicomios o en las minas de carbón. ¿Acaso hay que considerar aparte a los que escriben para el público infantil? Creo que los supuestos adultos no son tan maduros como para percibir que un cuento para niños es también para ellos. Las culturas nacionales han dejado de tener sentido. Hay que encontrar otros vínculos que unan a los hombres, y el mundo de los niños constituye precisamente una nueva comunidad. Si juntamos a tres niños (uno negro, otro asiático y otro europeo), no tendrán ningún problema para comprenderse. Lo mismo ocurre con los cuentos, ya sean africanos, gitanos, rusos o chinos: todos ellos se parecen, y puede encontrarse, con algunas variantes, el mismo cuento de Cenicienta en todos los rincones del mundo. Vea el mérito que tienen los escritores profundos.



P: ¿No es un poco paradójico que un escritor alemán como usted haya decidido exiliarse a Italia?

E: En la crisis de identidad que hoy atravesamos tranquiliza pensar que tenemos a nuestras espaldas 2.000 años de cultura occidental. En Italia se da una continuidad histórica, inconcebible para un alemán, perceptible incluso en el ámbito del idioma: hasta un extranjero como yo puede leer a Boccaccio en su lengua original. Intente usted hacer lo mismo con un autor alemán del barroco y verá lo difícil que le resulta. Al principio envidiaba a los italianos: su lengua me parecía como una alfombra mágica que me transportaba donde yo quería. Hoy he comprendido que es una suerte que los escritores alemanes tengan que partir siempre desde cero, recreando su propia lengua.



P: En alemán, su apellido significa fin; su libro es La historia interminable, o sea, la historia sin fin. ¿Es un juego de palabras?


E: Me di cuenta de ello después de escribir el libro.




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